En 2006, investigadores de la Universidad de Indiana hallaron que la bacteria Caulobacter crescentus segrega una sustancia pegajosa que le permite adherirse a casi cualquier superficie, incluso cuando está en el agua.
Esta mezcla de moléculas de azúcar de cadena larga, o polisacáridos, produce una capacidad de adhesión siete veces superior a la de los pegajosos dedos de un gecko, así que estamos ante el pegamento natural más fuerte que se ha dscubierto. Se ancla con una fuerza equivalente a sujetar 5 toneladas de peso en el área de una moneda grande.
Otros pegamentos artificiales
Para hallar esta sustancia, los investigadores estudiaron 14 bacterias que se habían adherido a una base parecida a un vidrio. Concluyeron entonces que la fuerza necesaria para separar el microbio de la base era de 7.000 newtons por centímetro cuadrado, casi el triple que la necesaria para separar superficies pegadas con un pegamento extrafuerte comercial.
Es decir, para arrancar una de estas bacterias se necesita aplicar unos 70 newtons por milímetro cuadrado. El pegamento comercial tipo superglue deja de funcionar cuando se aplican entre 18 y 28 newtons por milímetro cuadrado.
Sin embargo, los pegamentos artificiales son más fuertes. Es el caso de un hidrogel desarrollado por el MIT, un material transparente y que está compuesto por un 90% de agua: tiene una fuerza de 1.000 julios por metro cuadrado, aproximadamente el mismo nivel que los tendones y cartílagos de los huesos, puede adherirse a superficies tales como vidrio, silicio, cerámica, aluminio y titanio con una tenacidad comparable a la unión entre el tendón y el cartílago en el hueso. En una prueba de resistencia, pegaron el adhesivo a una placa de cristal y le colgaron un peso de 25 kilos sin romper el gel.
Con todo, el ser humano ha tenido durante mucho tiempo relación con los pegamentos. Su primer uso documentado fue de los neandertales, que construían lanzas fijando puntas de sílex a varas de madera y pegando ambas piezas con una col a base de corteza de abedul. En 2017, investigadores de la Universidad de Leiden, en los Países Bajos, descubrieron que esta cola se podía elaborar calentando rollos de corteza de abedul sobre una hoguera.
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