Chimp Heaven es un refugio ideado por un grupo de primatólogos situado en la Isla de Ngamba, en Uganda.
Sus residentes son chimpancés jubilados. Artistas retirados y cobayas que han pasado toda su vida recluidos en laboratorios, a merced de toda clase de experimentos médicos, como el ensayo de nuevos medicamentos.
Un santuario que cuenta con su propio veterinario, una zona provista de juegos para estimular la inteligencia de los primates y así evitar los achaques de la tercera edad en el cerebro, un gimnasio para que se mantengan en forma, y hasta una habitación llamada Casa de la abuela, que es donde vive la chimpancé más anciana del complejo.
Este edén para simios jubilados es más necesario de lo que parece, pues muchos de los chimpancés usados en laboratorios, que se cuentan por miles, no pueden ser admitidos por los zoológicos, que no dan abasto, ni tampoco pueden ser liberados en la naturaleza, pues ya han perdido las habilidades para alimentarse y protegerse por sí mismos.
Pero Chimp Heaven no es el único refugio para chimpancés jubilados del mundo: en África, por ejemplo, también encontraréis el centro de recuperación de Tchimpounga.
Residencias como Chimp Heaven empiezan a proliferar por todo el mundo y con otras clases de animales, como la reserva de Sundarbans, una isla del Golfo de Bengala en la que los tigres disfrutan de una jubilación con todos los gastos pagados en un hábitat natural de 45 hectáreas provisto de un equipo de veterinarios y cuidadores.
O El Arca de Enrimir, en la localidad argentina de Concordia, una reserva zoológica y granja educativa abierta al público: allí viven en estrecha vigilancia médica elefantes, tigres de Bengala, monos, jaguares, papagayos y loros para los cuales ya han pasado los mejores años de sus vidas.
Por haber, incluso existen lugares de descanso eterno para el momento en que el animal ya ha abandonado el mundo. Medio oculto en Hyde Park, en Londres, detrás de la Victoria Gate, existe un nutrido cementerio victoriano de mascotas. Fue construido a finales de 1880, y aunque hoy en día está cerrado al público desde 1967, allí siguen cientos de pequeñas tumbas con sus respectivas placas conmemorativas. No sería de extrañar que cualquier día se reabriera.
También hay países enteros que funcionan como paraísos celestiales para ciertos animales, como es el caso de la India, donde sus habitantes son capaces de morir de hambre antes que hincarle el diente a una vaca. Una actitud reverencial que explica así el antropólogo Marvin Harris en su libro Vacas, cerdos, guerras y brujas:
El amor a las vacas afecta a la vida de muchas maneras. Los funcionarios del gobierno mantienen asilos para vacas en los que los propietarios pueden alojar sus animales secos y decrépitos sin gasto alguno. En Madras, la policía reúne el ganado extraviado que está enfermo y lo cuida hasta que recupera la salud, permitiéndole pastar en pequeños campos adyacentes a la estación de ferrocarril. Los agricultores consideran a sus vacas como miembros de la familia, las adornan con guirnaldas y borlas, rezan por ellas cuando se ponen enfermas y llaman a sus vecinos y a un sacerdote para celebrar el nacimiento de un nuevo becerro. En toda la India los hindúes cuelgan en sus paredes calendarios que representan a mujeres jóvenes, hermosas y enjoyadas, que tienen cuerpos de grandes vacas blancas y gordas. La leche mana de las ubres de estas diosas, mitad mujeres, mitad cebúes.
En fin, que todos los perros van al cielo. Y el resto, al menos algunos de ellos, se pegan la vida padre en residencias de lujo. Bien por ellos.