¿Os imagináis un medicamento cuyo efecto secundario sea induciros a la ludopatía? Ann Klinestiver, profesora de inglés de un instituto de una pequeña ciudad de Virgina Occidental, sufrió en sus carnes ese efecto cuando le diagnosticaron Parkinson con sólo 52 años de edad.
El neurólogo de Ann le administró inmediatamente Requip, un fármaco que imita la actividad de la dopamina en el cerebro: el Parkinson es una enfermedad del sistema dopaminérgico, y Requip pertenece a un tipo de medicamentos denominados agonistas de la dopamina. No importa el medicamento que toméis, todos ellos actúan conforme al principio de incrementar la cantidad de dopamina del cerebro. Eso evita los problemas de movimiento aparejados al Parkinson pero…
En fin, que las máquinas tragaperras son un flipe, a pesar de ser una de las ludopatías más mundanas y plebeyas. Introduces una moneda, tiras de la palanca y, en pocos segundos, despejas la incertidumbre de tu futuro financiero inmediato. Vuelves a tirar y ganas, luego pierdes cuatro partidas, ganas otras dos. Sólo con escuchar el tintineo de las monedas desparramadas ya sufres un subidón. Y a eso contribuye la musiquita parahipnótica, las luces de colores y las frutas, fresas, manzanas y demás, corriendo veloces frente a tus ojos.
Cabe recordar que las máquinas tragaperras suponen un 70 % de los 48.000 millones de dólares anuales que se gastan los estadounidenses en los casinos; un ciudadano medio gasta 5 veces más en las tragaperras que en entradas de cine. En EEUU hay actualmente el doble de máquinas tragaperras que de cajeros automáticos.
Ann descubrió entonces las máquinas tragaperras. Según sus propias declaraciones, ella nunca había estado interesada en el juego, e incluso había evitado los casinos. Pero al empezar a tomar el agonista de la dopamina, Ann empezó también a encontrar irresistibles las tragaperras. Hasta el punto de que comenzó a jugar todo el día, y cuando el establecimiento cerraba, entonces se iba a casa a continuar jugando a través de Internet.
En un año, Ann perdió más de 250.000 dólares. Se alimentaba sólo de mantequilla de cacahuete para poder seguir jugando. Vendió todas sus posesiones. Se divorció de su marido. Robó de la hucha de sus nietos.
En 2006, le retiraron el agonista de la dopamina, y volvieron los problemas de movimiento de Ann, pero al fin desapareció su compulsión de jugar.
La triste historia de Klinestiver es inquietantemente común. Según ciertos estudios médicos, hasta un 13 % de los pacientes que toman agonistas de la dopamina desarrollan ludopatías graves. Personas que nunca fueron aficionadas al juego se vuelven de pronto adictas. Mientras la mayoría de esas personas se obsesionan con las tragaperras, otras se enganchan al póquer o al blackjack en Internet. Despilfarran todo lo que tienen con todas las circunstancias en su contra.
¿Por qué la dopamina y las máquinas tragaperras están tan relacionadas? La respuesta es que la finalidad de las neuronas dopaminérgicas es predecir episodios futuros. Mientras jugamos a una máquina tragaperras, las neuronas se esfuerzan por descifrar sus patrones internos.
Pero aquí está la trampa: mientras las recompensas previsibles excitan las neuronas dopaminérgicas, las sorprendentes las excitan aún más. Según Wolfram Schultz, estas recompensas previsibles son, por lo general, tres o cuatro veces más estimulantes, al menos para las neuronas dopaminérgicas, de las que podemos prever. (…) A la larga, el cerebro casi siempre se sobrepone al asombro. Averiguará qué hechos predicen el premio, y las neuronas dopaminérgicas dejarán de liberar tanto neurotransmisor. No obstante, el peligro de las máquinas tragaperras es que son intrínsecamente imprevisibles. Dado que utilizan generadores de números al azar, no hay patrones ni algoritmos que descubrir.
La dopamina también es la responsable de que algunas series de televisión nos enganchen tanto, como ya os expliqué en el artículo ¿Por qué nos atraen tanto los giros de tuerca Perdidos?
Vía | Cómo decidimos de Jonah Lehrer
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