A lo largo de la historia podemos encontrar muchos ejemplos de prótesis de miembros perdidos. La mayoría de ellas han sido solo torpes apéndices de plata, como el que supuestamente hizo de nariz de Tycho Brahe, o rudimentarias patas de palo (olvidaos de los piratas con patas de palo, históricamente no se conoce ningún caso, excepto dos corsarios: el francés del siglo XVI François Leclerc y Cornelis Corneliszoon Jol).
En la Primera Guerra Mundial, los soldados desfigurados incluso llevaban rostros de metal de quita y pon.
Pero hasta que la serendipia llegó al doctor sueco Per-Ingvar Branemark, en 1952, nadie había conseguido antes que el metal o la madera se integrara de verdad en el cuerpo, en plan cyborg venido del futuro para matar a Sarah Connor.
La razón de que sea tan difícil integrar un material extraño en el cuerpo es que el sistema inmunitario lo rechaza, sin importar la naturaleza del material. Por ejemplo, cuando nos disparan un perdigón de caza, como si fuéramos uno de esos elefantes del rey, nuestras células sanguíneas envuelven el cuerpo extraño, el perdigón, en un escurridizo y fibroso colágeno, así se evita que vaya desprendiendo fragmentos, por ejemplo.
Justo el proceso que ocurría con cualquier clase de implante en un cuerpo humano. Hasta que Branemark descubrió que esto no sucedía con el titanio. A pesar que hay metales como el hierro, que el cuerpo metaboliza, lo único que parecía aceptar el sistema inmune era precisamente un material que el cuerpo no necesita en ningún momento de su vida, como es el titanio.
Porque el titanio hipnotiza las células sanguíneas, tal y como explica Sam Kean en su libro La cuchara menguante:
no desencadena ninguna reacción inmune e incluso camela a los osteoblastos del cuerpo, las células encargadas de la formación de los huesos, para que se unan a él como si no hubiera ninguna diferencia entre el elemento veintidós y el hueso de verdad. El titanio puede integrarse plenamente en el cuerpo, engañándolo por su propio bien. Desde 1952, se ha convertido en el elemento estándar en los implantes dentales, las prótesis de dedos y las de articulaciones, como la prótesis de cadera que recibió mi madre a principios de la década de 1990.
Si os apetece leer otra curiosidad sobre otro elemento de la tabla periódica, el estaño, tal vez os interese echar un vistazo a Lo más fuerte se vuelve quebradizo o de cómo el estaño mató al primer hombre que quiso llegar al Polo Sur.
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