En la anterior entrega de este artículo nos recreábamos en los momentos más gélidos de la Tierra, cuando todo estaba tan helado que la vida casi se extinguió por completo.
Ahora toca justo lo contrario: calor infernal.
Caliente, caliente
Si la Tierra ha sido convertida en una bola de nieve en varios momentos de su historia, también lo ha sido una bola de fuego, y volverá a serlo.
Con bola de fuego debemos olvidarnos de estos inviernos particularmente cálidos o de los veranos sofocantes: me refiero a una bola de fuego literal. Es decir, la Tierra en llamas, como en una mascletá a lo bestia. La razón es que, a pesar de que nuestro Sol está consumiendo su combustible, cada vez brilla con más fuerza. De hecho, hace 4.500 millones de años era un 30% menos brillante, y por ello la Tierra debería haber nacido congelada y haber permanecido en una glaciación interminable.
Pero no fue así, al parecer, porque en sus inicios en planeta estaba envuelto por una atmósfera de gases de efecto invernadero que calentó el planeta. Sí, hogaño es un problema medioambiental, antaño salvó a todas las futuras especies de la Tierra.
El problema es que el Sol no deja de adquirir mayor luminosidad, cada vez mayor proporción de los mares y los océanos se convertirá en vapor de agua, se liberará grandes cantidades de CO2, se secarán los océanos… y la Tierra será una réplica casi exacta de Venus.
Pero el Sol continuará brillando más y más, y dentro de unos 5.000 millones de años, tras haber agotado todo su hidrógeno, se hinchará hasta convertirse en una gigante roja y emitirá 10.000 veces más calor que ahora.
La Tierra, para entonces, será una roca negra totalmente calcinada. Se acabaron las glaciaciones para siempre. Y las estufas. Y la humanidad, claro.
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