Alberto Garzón, ministro de Consumo, sugirió en un vídeo que deberíamos consumir menos carne: "El 14,5% de las emisiones de gases de efecto invernadero proviene de la ganadería, especialmente de las macrogranjas, mientras que para que tengamos 1 kilo de carne de vaca se requieren 15.000 litros de agua".
El problema es que las cosas no son tan sencillas, y las estimaciones tampoco son fáciles de realizar. A menudo olvidamos que en la Tierra somos muchas personas, y que todas nuestras decisiones activan otras largas cadenas de decisiones que previamente no habían tenido lugar.
Porcentajes ambiguos y efecto rebote
Los estudios sobre los efectos de la adopción del vegetarianismo en las emisiones de gases de efecto invernadero ofrecen cifras muy dispares. Esta revisión sistemática, por ejemplo, sugiere que si todas las personas de los países desarrollados dejaran de comer carne solo reducirían, de media, un 4,3 % las emisiones.
Y si todos los estadounidenses se volvieran veganos, las emisiones se reducirían un 2,6 %, según este otro estudio.
Si los estadounidenses redujeran a una cuarta parte el consumo decanre, las emisiones de gases de efecto de invernadero solo se reducirían un 1 %, según este otr estudio publicado en Nature. Y si todos dejaran de comer carne por completo, para siempre, la reducción sería del 5 %.
Pero estos análisis son unidemensionales. La vida se basa en interacciones multidimensionales que son muy difíciles de modelar. Al menos, si intentamos modelar algunas, entonces descubrimos efectos contraproducentes.
Por ejemplo, si tenemos en cuenta que las dietas a partir de plantas son más baratas que las que incluyen carne, como resultado sucede que las personas tienden a gastar su ahorro de dinero en cosas que requieren energía, como productos de consumo, teniendo lugar un efecto rebote. Tal y como explica Michael Shellenberger en su libro No hay apocalipsis:
Si los consumidores gastan sus ahorros en bienes de consumo, que requieren energía, el ahorro neto de energía solo sería del 0,07 por ciento y la reducción neta de carbono solo del 2 por ciento.
Volvernos vegetarianos es un buen punto para exhibir virtuosismo moral, o incluso una decisión consciente e informada para tener una vida más saludable, pero lo cierto es que no podemos confiar el futuro medioambiental a un conjunto de buenas intenciones que se basan en el poder del autocontrol de las personas. Solo entre el 2 y el 4 % de los estadounidenses son vegetarianos, y casi el 80 % de quienes lo intentan, acaban fracasando. Ser vegetariano es como intentar estar a dieta, y ya estamos viendo lo que ocurre: la epidemia de obesidad no deja de crecer.
Para reducir las emisiones, pues, no podemos basarnos en consejos basados decidiones individuales de escaso impacto y alto sacrificio. Y menos aún si no tenemos en cuenta el abanico de nuevos comportamientos que ello trae aparejado. Eso, por supuesto, no quita que podamos dar o recibir buenos consejos (aunque otro tema sería si son tan buenos o sirven para algo más que para posicionarnos política o ideológicamente):
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