Suena tan bonito pensar que la naturaleza es sabia, es buena y, sobre todo, que permanece en equilibro (un equilibrio que el vil ser humano se empecina en desestabilizar). Pero esta idea no es tan exacta como parece.
A pesar de lo que dicen algunas organizaciones ecológicas, en el mundo natural no existe algún perfecto estado de equilibro al que un ecosistema regresará después de ser perturbado por el ser humano. No hay armonía. Tampoco la vegetación natural cubriría cualquier superficie si se abandonara a su suerte (típica imagen que podría servir para un publirreportaje).
Por ejemplo, el lago Victoria estaba completamente seco hace 15.000 años. Inglaterra estaba cubierta de hielo hace sólo 18.000 años (hace 120.000 años era un pantano). La Gran Barrera de Coral era parte de una cordillera de montañas costeras hace 20.000 años. La selva amazónica no deja de autoperturbarse: caídas de árboles, incendios, inundaciones…
Tal y como lo explica Matt Ridley, de la Universidad de Oxford, en la naturaleza no hay equilibrio sino constante dinamismo, cambio, destrucción y feroz y egoísta competencia:
Tomen el lugar en el que estoy sentado. Supuestamente, su vegetación clímax es el robledal, pero los robles llegaron aquí hace tan sólo unos cuantos miles de años, reemplazando a los pinos, que habían reemplazado a los abedules, que habían reemplazado a la tundra.
Vía | El optimista racional de Matt Ridley
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