A pesar de las apariencias, a pesar de que un capo verde ácido nos pueda parecer mucho más acorde con la naturaleza que una ciudad atestada de rascacielos, lo cierto es que la vida en la ciudad es más ecológica que la vida en el campo.
Al menos hablando en términos porcentuales.
Y no hace falta que en el campo que visitemos haya vacas. Es decir, esas gigantescas fábricas andantes que contribuyen en el efecto invernadero de la Tierra. La gente piensa que lo peligroso son sus ventosidades, pero no es así. Lo que produce una media de 340 litros de metano al día son los eructos de la vaca. O sea, el 4 % de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. La cría de ganado produce el 18 % de todos los gases de efecto invernadero (más que todos los coches y otras formas de transporte).
Vacas aparte, las personas que viven en ciudades contaminan menos individualmente que los que viven en el campo, tal y como expone el economista Tim Harford:
Eso será una novedad para muchas personas, incluida mi suegra, que vive en Lake District y está convencida de que las ciudades son concentraciones asfixiantes de libertinaje, contaminación y derroche. Y algo de razón tiene. Las ciudades, ciertamente, producen más contaminación por cada kilómetro cuadrado. Sin embargo, si la medimos por persona, la cosa cambia. Los residentes de Manhattan van andando a comprar a la tienda de ultramarinos; viven en pisos muy pequeños y tienen poco espacio para amontonar cosas; utilizan el transporte público mucho más que otros estadounidenses; consumen gasolina al pequeñísimo nivel que el resto del país lo hacía antes de la Gran Depresión; y se desplazan por innumerables viviendas y oficinas a través del medio de transporte masivo de mayor eficiencia energética: el ascensor. Encuentra a ocho millones de estadounidenses que vivan en el campo e intenta que quepan en Nueva York con todas sus pertenencias: las salas de juegos, los cobertizos, los coches todo terreno y los muebles de jardín formarían una pila mucho más alta que el Empire State.
El periodista David Owen confesó que cuando se mudó de Nueva York a una ciudad pequeña, su recibo de la luz aumentó casi diez veces (incluso sin tener aire acondicionado) y pasó de no tener coche a poseer tres.
Esta fue su conclusión: Manhattan es “una utópica comunidad ecologista.”
Así que, puestos a elegir, es mucho mejor que la gente se aglomere en ciudades grandes tipo Blade Runner que en valles suizos mientras suenan las notas de Sonrisas y lágrimas.
Si os apetece seguir descubriendo cosas que no sabíais sobre las ciudades, no debéis perderos la serie de tres documentales que emiten en Canal Odisea titulado Metrópolis.
Vía | La lógica oculta de las cosas de Tim Harford
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