Comer lechuga es tres veces más contaminante que comer panceta. Eso es lo que concluye un reciente estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad Carnegie Mellon. A pesar de todos los costes que implican las dietas carnívoras, mantener una dieta más orientada a las frutas y hortalizas podrían contribuir más al cambio climático, a tenor de los nuevos datos aportados.
Según Paul Fischbeck, líder del estudio que analizó la producción, el procesamiento y transporte de comida, una caloría de frutas, vegetales, lácteos y mariscos requiere más emisiones de gases de efecto invernadero que hacerlo de un producto cárnico:
muchos vegetales comunes requieren más recursos energéticos por caloría de lo que se cree. En este sentido, las berenjenas, el apio y los pepinos son especialmente perjudiciales comparados con el cerdo o el pollo.
Según el estudio, una dieta que mezcla de lácteos, frutas, vegetales y marisco tiene mayor impacto ambiental en tres categorías respecto a la carne: el consumo de energía crece un 38 % y el de agua un 10 %, y las emisiones de gases de efecto invernadero suben un 6 %.
Eso no quiere decir que todos los vegetales sean malos. Las cebollas, las zanahorias, el brócoli y las coles de Bruselas tienen huellas medioambientales decentes. La lechuga, por otro lado, es difícil de cultivar, cosechar y el transportar. Se requiere cantidades significativas de agua y energía para producirla.
Además, la lechuga es mucho más propensa a echarse a perder o morir antes de llegar a la mesa del consumidor final, por lo que este desperdicio también impacta en la contaminación.
La lechuga es tan baja en calorías que alguien tendría que comerse por lo menos dos lechugas Iceberg enteras para acercarse a la ingesta de calorías de dos rebanadas de tocino ahumado. Como resultado, las emisiones de transporte de lechugas voluminosos son mucho más altos por caloría que los de carne de cerdo.
La carne de vaca y cordero hace que se deprendan más gases que la de pollo o cerdo. Ahora bien, todo el conjunto animal es más perjudicial que el vegetal, pues provocaría el 15% de las emisiones totales. Así pues, no siempre la dieta vegetariana es más sostenible: depende de los elementos específicos de esa dieta.
Hay una compleja relación entre la dieta y el medio ambiente. Lo que es bueno para nosotros en cuanto a salud, no es siempre lo mejor para el medio ambiente. Eso es importante que lo conozcan los funcionarios públicos para que sean conscientes de estas compensaciones y al desarrollar guías alimentarias en el futuro.
Vía | Scientific American
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