La preocupación sobre el medio ambiente no es nuevo. Quizá su enfoque, y sobre todo su popularización, es lo que ha cambiado. Popularizar una idea tiene su faceta positiva, porque permite que aumente la preocupación sobre sí misma y moviliza mejor los recursos para solventarla. Sin embargo, hay una faceta negativa: toda idea que se populariza tienda a vulgarizarse para que sea comprendida por el mayor número de personas posible.
Y, paralelamente, tienen lugar otras fuerzas nocivas: los activistas exacerban el sentido agorero de la noticia en aras de llamar más la atención y los medios de comunicación realimentan este aspecto negativo porque aumenta la audiencia. A su vez, mostrarse preocupado por el asunto objeto de glosa aporta puntos sociales y de reputación, lo que desencadena una carrera armamentística para demostrar quién está más preocupado y, sobre todo, quién asume más cambios en su vida en relación a esa idea, comprometiéndose. Porque el problema de las ideas es que cuando se vulgarizan, se popularizan, tienden al error. Basta con leer lo que opinaba Carl Sagan sobre una de estas ideas populares actuales (el cambio climático) para descubrir cómo han cambiado las cosas en solo 25 años.
La Madre Naturaleza no existe
Ya se han producido cinco extinciones masivas que acabaron con prácticamente toda la flora y fauna de la Tierra (¡5 veces!). En ninguna de esas extinciones participó el ser humano.
Otras formas de vida, además, han cambiado el mundo de formas mucho más profundas que el ser humano: hace 3 000 millones de años, la vida cambió el color de los mares interiores; hace 2 000 millones de años, la composición general de la atmósfera; hace 1 000 millones de años, el tiempo atmosférico y el clima; hace 300 000 años, la geología del suelo, como explica Carl Sagan en Sombras de antepasados olvidados:
Estos cambios profundos, causados todos por formas de vida que tendemos a considerar "primitivas" y desde luego por procesos que calificamos de naturales, dejan en ridículo los temores de quienes piensan que los hombres, con su tecnología, han conseguido ahora "el fin de la naturaleza". Estamos extinguiendo muchas especies; quizá incluso consigamos destruirnos a nosotros mismo. Pero esto no es anda nuevo en la Tierra.
El peor enemigo de la naturaleza es la naturaleza. Si algún día diseñar tecnologías que controlen sus veleidades, tal vez, y solo tal vez, saldremos vivos. Para ello hace falta activismo, sí, pero no tanto del que considera la madre naturaleza su nueva deidad; hace falta información, pero no alarmismos para ganar lectores; y, sobre todo, hace falta humildad: el medioambiente está sujeto a muchas variables, y cada acto despliega una miríada de consecuencias inesperadas.
No se trata solo de contaminar menos dado que cada vez somos más millones de personas y no parece que la cifra vaya a detenerse a corto plazo; no se trata de atrasar unos años el problema mediante competiciones sobre quién es menos contaminante (como prohibir botellas de agua de plástico en un aeropuerto cuando cada vuelo equivale a 100.000 botellas), sino de solucionarlo.
Lamentablemente, ahora ya no tenemos a Carl Sagan para que nos siga iluminando el camino. Tenemos a Greta Thunberg.
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