Para ponernos en antecedentes, os podría referir la invención de las botas de goma de una forma. Curiosamente, los inventores de las botas de goma (caucho) fueron los indios amazónicos, que ya las fabricaban de forma instantánea desde hacía mucho tiempo: simplemente se bañaban en látex líquido hasta las rodillas y esperaban que se secara, originando así la bota mejor adaptada al pie del mundo, casi como una segunda piel.
El uso en el primer mundo tardó algo más en llegar, sobre todo porque no era muy útil a la hora de emplearlo para las prendas de vestir, por ejemplo, porque si hacía mucho calor se derretía, y entonces parecías el hombre gelatina; y si hacía mucho frío, entonces se endurecía y parecía que llevaras el traje de Batman. Habría que esperar hasta 1839, cuando Charles Goodyear (sí, los neumáticos de esta marca se llaman así por él) calentó caucho mezclado con azufre y derramó un poco por accidente sobre la estufa de su casa. Había encontrado por casualidad (la serendipia por la cual se alcanzan la mayoría de descubrimientos científicos) una forma de caucho estable que por fin podría sacarle de la pobreza. Pero le robaron la idea dos prósperos comerciantes de caucho, Thomas Hancock y Charles Macintosh, y Goodyear murió arruinado.
Ahora las zapatillas deportivas son mucho más sofisticadas. Pero tal vez en el año 2050 puedan aprovecharse de la nanotecnología y, en consecuencia, tengan suelas hechas de supercaucho viscoelástico. Este material, extremadamente flexible, fuerte y resistente a la temperatura, fue creado por investigadores japoneses a partir de una red de nanotubos interconectados.
Dicha interacción entre los nanotubos confería al caucho su capacidad para mantener la forma bajo temperaturas extremas, así como su extraordinaria maleabilidad. Aunque su fabricación sigue siendo demasiado cara, tales materiales podrían ser la base de la boda, la industria y las aeronaves del futuro.
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