Decíamos que una afirmación sobre la naturaleza del ADN es improbable que se descubra como incierta a estas alturas, aunque ello no elimina la posibilidad de que continuemos recabando información y hasta elaboremos críticas cada vez más agudas sobre ella.
Veamos ahora la afirmación del Papa sobre el hecho de que Jesús nació de una virgen y que su cuerpo resucitó después de muerto.
¿La autoridad del Papa es fiable? Millones de personas creen que sí. De hecho, no sólo creen que es fiable, sino que es infalible en todas las cuestiones de fe y moralidad. No importa lo que se descubra acerca de los fundamentos neurobiológicos sobre la moral, la felicidad o el dolor, el Papa seguirán pensando lo mismo y ni siquiera tienen la duda de que se está equivocando.
¿Pero la gente que cree en lo que dice el Papa (o en lo que su tradición judeocristiana le ha inculcado) se equivoca al afirmar que el Papa sabe de lo que habla? Seguramente.
Sabemos que no existe evidencia suficiente para autentificar muchas de las principales creencias del Papa. ¿Cómo puede alguien nacido en el siglo veinte saber que Jesús nació de una virgen? ¿Qué proceso de raciocinio, místico o de otro tipo, nos proporcionará hechos sobre el historial sexual de una mujer de Galilea (hechos que contradicen por completo elementos sobradamente conocidos de la biología humana)?
Todo lo que se pueda afirmar desde el credo religioso sigue una estructura similar. No sólo parte del dogmatismo ideológico y moral, ciego a las nuevas evidencias. El Papa sólo habla de lo que él piensa que es cierto o de lo que la Biblia dice que es cierto. Y ese documento no es justificación suficiente para sus creencias, dado el estándar de evidencia que prevalecía en el momento de su redacción.
Aquí se impone recordar lo que se dijo al principio: no importa si un científico hace el mal con la ciencia, o si un religioso hace el bien con su religión. Lo que importa es que la ciencia no se cree en la posesión de la verdad absoluta, y la religión sí: y eso es malo per se.
La sinrazón religiosa, por ello, sigue siendo una de las principales causas del conflicto armado del mundo. Por eso será un creyente el que se sentirá ofendido profundamente por un artículo que trate de criticar su inflamable inmovilidad religiosa; raramente se ofenderá un científico si me equivoco al escribir una ecuación (como máximo me dirá que no hago bien mi trabajo o que estoy desinformado).
Porque si tus ideas dependen o están influidas por dogmas o por argumentos de autoridad que proceden de una única persona o unos pocos libros presuntamente históricos, es natural tener miedo a aceptar que has estado equivocado todo este tiempo.
Un científico, por el contrario, aplaudirá al que consiga algo así con su teoría. O mejor dicho: el científico reaccionará así o asá, dependiendo de su catadura moral. Será la ciencia la que aplaudirá, y seguirá avanzando a tientas como un niño de curiosidad infinita.
Vía | El fin de la fe de Sam Harris
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