Las pseudociencias, en esencia, son ciencias que se consideran como tal sin pasar los suficientes controles de calidad: sus pruebas son escasas o deficitarias y no se contrastan lo suficiente, se basan mayormente en testimonios y fundan su eficacia en el simple hecho de que parecen funcionar en un número elevado de personas (o un número elevado de personas creen en su funcionamiento).
Un ejemplo paradigmático podría ser la acupuntura.
No existen demasiadas pruebas sobre su eficacia, y las más importantes han resultado ser placebo (para constatar que funciona realmente un medicamento, por ejemplo, se deben superar pruebas de doble ciego: ni el paciente ni el médico deben saber si están usando el medicamento, así no hay peligro de sugestión; algo que no ha sucedido de manera clara con la acupuntura). Tienen muchos testimonios favorables (e incluso el apoyo de algunas universidades y médicos). Parece funcionar en un número elevado de personas. Y, por último, no acostumbra a avanzar demasiado ni a manifestar errores que deben ser enmendados con nuevos hallazgos.
La ciencia, sin embargo, no da por válida una afirmación hasta que no se detallan las concatenaciones que la producen (sobre todo si es una afirmación que contradice muchas de las cosas que hemos constatado científicamente). Y, aún así, está dispuesta a renunciar a ella en cuanto alguien descubra un error o alguna prueba nueva.
De este modo, las pseudociencias serían algo así como el hermano pequeño y primitivo de las ciencias. Entonces ¿por qué existen? Es más: ¿por qué proliferan hoy en día?
Básicamente porque nuestros cerebros están diseñados para ello. Razonamos de una forma similar a los creadores de los cultos Cargo. Nuestro cerebro no sólo está preparado para la fe, sino, sobre todo, para la fe irracional. Por ejemplo, a la hora de confiar en el testimonio de una persona. Y más si ello lo afirma un grupo numeroso de personas. Nuestro cerebro no concibe que otros cerebros puedan malinterpretar los datos o dejarse llevar por errores o prejuicios. No lo concibe porque eso sería aceptar, tácitamente, que el nuestro también lo hace: y a nadie le gusta pensar que su cerebro es un órgano que capta la realidad de una forma tan fragmentaria.
Esto se pone de manifiesto en los tribunales de justicia. Todos hemos visto películas en los que los testimonios declaran una u otra cosa dependiendo de diversos factores que poco tienen que ver con lo que han visto realmente. Mi primo Vinny es una de mis favoritas. Doce hombres sin piedad es la más icónica. En los juicios, el testimonio ocular de una persona vale poco si no está probado (al menos en los juicios más ecuánimes), porque entonces podría suceder lo que ya pasaba con la Inquisición: el arbitrio camparía a sus anchas. ¿Dices que ella es una bruja? Pues a por ella.
En nuestra vida diaria, nos conducimos suponiendo que nuestra información sensorial son “datos en bruto” y que seremos capaces de evaluarlos de forma objetiva y ecuánime. Pero uno de los mayores logros intelectuales de la humanidad fue asumir que esto no es así. Que nuestros sentidos no son informadores fidedignos e independientes, que nuestra percepción no está diseñada para darnos una imagen “exacta” del mundo exterior. A base de parches evolutivos, nuestros sentidos están concebidos para detectar e incluso exagerar determinados aspectos y rasgos característicos del mundo sensorial e ignorar otros.
Por esa razón vale poco que yo vea a un duende en el bosque, o un fantasma en casa, o incluso esté convencidísimo que un curandero me sanó determinada enfermedad con una simple imposición de manos. Y por esa razón se creó una especie de juez implacable, exigente y escrutador que no puede dar por válida ninguna de esas afirmaciones hasta que se demuestre cómo se han producido.
Los individuos con tendencia al pensamiento mágico o la superchería (por otro lado, todos los personajes protagonistas de las películas y la mayor parte de la literatura universal), jamás empezarían a explicar su experiencia por algo así: no sé lo que ha pasado, así que voy a investigar qué ha podido producirlo a partir de las suposiciones más plausibles e integradas en lo que ya conocemos hasta llegar, progresivamente, a las más aventuradas y fantásticas.
Como casi todos tendemos al pensamiento mágico, el método científico tuvo que armarse para pararnos los pies y ayudarnos a entender lo que sólo creíamos entender. Las pseudociencias, por el contrario, prefieren afirmar un supuesto endeble, y luego la ciencia ya lo confirmará o no dentro de años o siglos (y si además han tenido la suerte de acertar por casualidad, no dudéis que sus defensores afirmarán: ¿lo véis?)
Así pues, las pseudociencias son un retroceso en el campo del conocimiento y el saber. Pero las personas que se dejan llevar por la fe irracional son aún más peligrosas. Cuando ataco con fiereza la acupuntura, en realidad no estoy atacando sólo a la acupuntura: vale, sí, se basa en un supuesto falso, no hay pruebas suficientes, etc… pero la ciencia podría andar errada y algún día demostrarse que realmente la acupuntura funciona de algún modo que todavía ignoramos.
Cuando ataco la acupuntura, en realidad estoy atacando la falta de pensamiento lúcido y cautela mínima de los que la defienden. Defender algo que no está probado es una manifestación tan exagerada de la soberbia que sólo puede ser reprobada con fiereza. La acupuntura podría funcionar, pero ¿quién eres tú para defenderla? ¿En base a qué? ¿De dónde proviene tu conocimiento extraordinario que ignora la mayor parte de la comunidad científica? ¿Has hecho pruebas de doble ciego en secreto y no has querido revelarlas? ¿Acaso de basas en tradiciones que ignoraban el método científico? ¿Dónde está tu cautela, tu humildad, tu mínimo sentido de la responsabilidad? ¿Cómo osas pedir respeto por tamaña muestra de irrespetuosidad metodológica?
Si el defensor de la acupuntura simplemente avala su eficacia porque existen algunos experimentos circunstanciales que sugieren que podría funcionar, entonces el defensor de la acupuntura está siendo muy poco cuidadoso, y sobre todo se está dejando llevar por lo que le gustaría que fuera verdad, no por lo que es verdad.
Otra cosa sería afirmar, oye, pues mira, quizá la acupuntura, aunque se base en un supuesto falso y no haya pruebas concluyentes sobre su eficacia, pues eso, quizá se descubra que puede funcionar. Pero yo no lo sé. Y menos aún la aplico a mis pacientes. Y mucho menos imparto clases de acupuntura en una academia o universidad.
Ver 26 comentarios