A pesar de que resulta relativamente fácil identificar a una pseudociencia, todavía hay mucha gente que confía en ellas o que, en cualquier caso, considera oportuno investigarlas a fondo para comprobar si realmente son una pseudociencia o no.
Mientras, tenemos la lista de la vergüenza en vigor, y hasta debemos tener cuidado de no llamar estafador a un pseudocientífico so pena de que nos multen. Y los antivacunas están abriendo brechas en la salud pública para que todos nosotros regresemos a la Edad Media, cuando parece que ya hemos olvidado lo mal que se vivía hace un tiempo, cuando el magisterio de la ciencia tenía un papel subsidiario, marginal o directamente nulo.
Es decir, que las pseudociencias se introducen en el ámbito académico. Pero ¿por qué deberíamos excluirlas? ¿Por qué deberíamos dejar de investigarlas? ¿Es lo más apropiado si tenemos en cuenta que la ciencia progresa finalmente refutando hipótesis?
Falta de crítica
En primer lugar, abrir las puertas de la pseudociencia (es decir, un sistema de creencias que no ha superado los exigentes protocolos de la ciencia) no solo nos puede abocar a un problema de salud pública, sino también a uno de sentido crítico. Si aceptamos acríticamente las pseudociencias, también podríamos empezar a aceptar muchas otras cosas de ese modo.
Las pseudociencias perjudican seriamente a las personas porque contribuye a hacer una sociedad más crédula y menos crítica.
La mayoría de los parapsicólogos, cuando afirman efectuar investigaciones científicas sobre fenómenos sobrenaturales, lo más que hacen es llegar allí, creerse a pies juntillas lo que afirman los testigos oculares, juntar un puñado de pruebas circunstanciales, y construir una narración que hacen pasar como una conclusión científica. Eso no es ciencia. Y, al igual que solicitamos toda clase de pruebas a la hora de adquirir un coche de segunda mano para evitar la estafa, deberíamos proceder del mismo modo frente a un fenómeno nuevo, anómalo, sobrenatural o que contraviene el conocimiento científico establecido.
Es cierto que así se quedan fuera de la ciencia muchos fenómenos, pero es la única manera de que la ciencia continúe siendo una herramienta útil.
Es cierto que así se quedan fuera de la ciencia muchos fenómenos, pero es la única manera de que la ciencia continúe siendo una herramienta útil. Ésa es la razón de que la parapsicología, en toda su historia, jamás haya probado absolutamente ninguno de sus planteamientos bajo el prisma científico.
Probablemente, el intento más serio y exhaustivo de llevar a cabo un experimento sobre fenómenos sobrenaturales se realizó en la Universidad de Princeton, que es donde se abrió el Laboratorio de Ingeniería de Princeton para la Investigación de Anomalías (PEAR). En 2007 clausuró sus puertas. El fundador del laboratorio, Robert Jahn, tuvo que admitir que durante 28 años habían hecho todo lo que habían querido, y que no había razón para continuar obteniendo más resultados negativos. Robert Park, autor de Ciencia Vudú, fue más taxativo: tachó aquel laboratorio de una vergüenza para la ciencia y para Princeton.
¿Investigar o no investigar?
La ciencia progresa si se permite investigar cualquier fenómeno, pero eso no significa que debamos investigarlo todo (sobre todo si a priori partimos de hipótesis demasiado aventuradas o carentes de las más mínimas pruebas). La razón es simple: falta de tiempo. Hay demasiados asuntos perentorios en los que la ciencia debe centrarse. Los recursos son finitos, el tiempo también lo es. No podemos invertirlos acríticamente en lo que dice la vecina del quinto.
La investigación científica no puede perder el tiempo con testimonios, pruebas circunstanciales, sensaciones, pálpitos y demás, porque éstos se producen por millones cada día, y no hay ni tiempo no recursos suficientes para examinarlos todos.
La investigación científica no puede perder el tiempo con testimonios, pruebas circunstanciales, sensaciones, pálpitos y demás, porque éstos se producen por millones cada día, y no hay ni tiempo no recursos suficientes para examinarlos todos. Las informaciones extraordinarias requieren del aval de pruebas igualmente extraordinarias. El resto es como preguntar a todas las personas de una ciudad, todo muy democráticamente, si creen que el pilar maestro del edificio que se construye en la calle X debe tener veinte o veinticinco centímetros de diámetro.
Bastante tenemos con los gazapos o deshonestidades de los propios científicos, con los errores en los filtros a la hora de publicar trabajos académicos, con los intereses comerciales de los que financian determinadas investigaciones para, además, añadir a la ecuación cualquier idea que pase por la cabeza del primer iluminati que pique a las puertas del edificio de la ciencia. Enmendar la aluminosis de dicho edificio pasa precisamente por poner un portero más exigente, no una jornada de puertas abiertas.
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