El pensamiento que alimenta las pseudociencias es primitivo y rudimentario. Es el tipo de pensamiento que simplifica las cosas, tropieza en el argumento de autoridad o confía más en la intuición o los pálpitos que en las evidencias. Todos tenemos cerebros diseñados de tal forma que las pseudociencias nos resultan más agradables.
Ser escéptico es ir en contra de nuestra propia naturaleza. Cuando hay algo que ignoramos, necesitamos una respuesta falsa antes que un "no lo sé" porque la incertidumbre nos genera estrés. Ser escéptico es como ponerse a dieta de acelgas, pero las pseudociencia son pasteles y chucherías muy sabrosas y adictivas que no podemos dejar de comer aunque nos provoquen caries.
El rigor de pensar con rigor
Sin embargo, no es necesario construirse una supermente o vivir siempre a contracorriente para advertir que el sustento de las pseudociencias es, cuando menos, endeble. No hace falta ser un rebelde o estar siempre a dieta intelectual. A veces basta con usar la herramienta más poderosa que existe para saber si algo es verdad o mentira: un experimento.
Ante la duda, pues, experimento. Ante la duda, una regla para medir las cosas. Y si lo que os suscita la duda no se puede someter a los rigores de un experiemnto o un instrumento de medición, entonces lo que os suscita la duda es opinable y, por tanto, siempre llevará dentro de sí una buena dosis de esa incómoda incerdimbre que a muchos les empujan a abrazar religiones, pseudociencias y otras supersticiones.
Sin embargo, como en la vida no siempre podemos estar a dieta o vivir en la incertidumbre (solo durante pequeños lapsos de tiempo en los que nos sentamos a debatir en serio sobre un asunto o tratamos de esclarecer la verdad), entonces hemos de asumir que vamos a ser religiosos, pseudocientíficos y supersticiosos en muchos ámbitos de la vida, desde el afectivo hasta el político.
Porque todos basamos gran parte de nuestra vida en creencias sin sustento. Es lo que pasa cuando vivimos en universos demasiado complejos. La incertidumbre no nos gusta. Y, por ello, todos tendemos a ser como los que cultivaban los cultos Cargo, como os explico a continuación. Sí, eran muy ingenuos, ¿verdad? Como nosotros.