En la anterior entrega de esta serie de artículos sobre el misterioso tesoro de la Isla del Roble, dejamos a nuestros protagonistas exhaustos después de tanto cavar sin éxito.
Alrededor de 1803, junto a la compañía de minería Onslow, los tres aventureros regresaron a la Isla del Roble con la convicción de que llegarían hasta el fondo de aquel hoyo. Equipados con muchos más medios, atravesaron la segunda barrera de troncos y empezaron a cavar de nuevo. Entonces se toparon con algo más extraño. Cada 10 metros, justo cada 10 metros, otra barrera les salía al paso. Capas de troncos fortalecidas con otras capas de carbón de leña y fibra de coco (la fibra de coco, por cierto, no existía en Nueva Escocia ni en cualquier otro lugar próximo: el más próximo sería Bermudas, a más de 2.000 kilómetros de distancia).
Cuanto más penetraban en la Isla del Roble, más impedimentos encontraban para seguir adelante. Pero esta circunstancia, más que disuadirles, avivaba su entusiasmo por el agujero: cuanto mayores fueran las medidas de seguridad, mayor sería el tesoro que estas medidas tratarían de proteger. Una lógica, en principio, bastante sólida.
Los buscadores de tesoros llegaron hasta los 28 metros de profundidad. Allí fue donde hallaron la señal que despejaba cualquier duda que pudiera haberles invadido durante el interminable trabajo. Desenterraron una gran piedra de pórfido (material también prácticamente inexistente en toda Norteamérica) en la que leyeron una inscripción llena de símbolos extraños. Finalmente, descifraron los símbolos al descubrir que estaban encriptados bajo un código sencillo de cifras. El mensaje decía lo siguiente: doce metros más abajo, dos millones de libras se encuentran enterradas.
Continuaron la excavación con energías renovadas, más excitados que nunca, pero entonces llegaron a una capa subterránea de agua que se filtró al hoyo y lo inundó hasta una altura de 10 metros. A pesar de que bombearon el agua durante horas, el nivel no descendió ni un ápice. De nuevo se rindieron.
Al año siguiente, el equipo regresó con herramientas más sofisticadas y con una idea nueva: si el agujero estaba tan bien protegido, ¿por qué no cavar un agujero paralelo al agujero original que probablemente se hallaría exento de obstáculos? Una vez llegaran a la profundidad apropiada, sólo tendría que cavar horizontalmente hasta llegar a la cámara donde se alojaban los prometidos dos millones de libras. Sin embargo, el agua acabó también inundando este segundo agujero. Aunque la bombearan, la trampa era tan sofisticada que el agujero volvía a llenarse siempre de agua de mar. No había forma de contener la inundación, de modo que la búsqueda fue abandonada durante los siguientes 45 años.
Y es que el rumor de que bajo la Isla del Roble se hallaba un tesoro de dos millones de libras acabó por seducir a muchos otros ambiciosos que se creyeron capaces de superar las innumerables trampas del agujero. En 1849, una excavadora encontró en el agujero eslabones de una cadena de oro y un fragmento de pergamino que relacionaba el tesoro con Francis Bacon. En 1936, por ejemplo, un popular cazatesoros llamado Erwing Hamilton admitió que el agujero debía de ser artificial, aunque propio de una ingeniería muy avanzada para su tiempo.
Además, la roca y grava que obstaculizaban el hoyo ni siquiera podían pertenecer a la geografía de la Isla del Roble, de modo que habían sido importadas de algún otro sitio. Hamilton no consiguió llegar al tesoro. En 1959, Bob Restall y su familia lo intentaron por su parte. Pero Bob murió ahogado en el agua del hoyo. Su hijo y dos trabajadores que habían intentado rescatarlo se quedaron inconscientes cuando inhalaron algún tipo de gas, quizá el monóxido de carbono que desprendía algún generador. En 1965 incluso se construyó una calzada en la isla que permitía que las pesadas grúas se internasen por el terreno hasta el lugar de la excavación. En 1967-69 se hallaron maderas del siglo XVI y un fragmento de latón muy antiguo.
En 1970 lo intentó la compañía Triton Aliance. Con muchos más medios tecnológicos, fueron un poco más lejos, llegando a encontrar más cosas desconcertantes bajo la Isla del Roble: diversas estructuras de madera con números romanos tallados y otras con más de 250 años de antigüedad que tenían clavos de hierro forjado. Ya nadie estaba seguro de la naturaleza del tesoro de la Isla del Roble. Pero la isla estaba presentándose tan rara como la isla catódica de Perdidos, de modo que Triton Aliance, a modo de Hanso Foundation, adquirió la isla para seguir experimentando en ella hasta la década de 1990, cuando la exploración se detuvo debido a una batalla legal entre los socios de la compañía.
Pero hasta 1990, Triton Aliance hizo nuevos hallazgos sorprendentes. El más importante fue el de 1976, en la perforación que se conocía como 10-x-237: pies de tubos de acero de 55 metros, hundidos al noroeste del agujero. También encontraron otras cavidades artificiales. Usando una cámara de video que introdujeron subterráneamente por lugares infranqueables, grabaron algo que les dejó helados: partes de un cadáver humano, así como tres extrañas cajas que supuestamente eran tres cofres del tesoro. El intento de llegar hasta ellos resultó de todo punto infructuoso, pues el agua anegó la entrada del agujero y finalmente el agujero se derrumbó por completo.
En la historia por recuperar un tesoro que nadie ha visto, 6 personas dejaron su vida en la Isla del Roble, además de una inversión de millones de dólares. Pero la historia no acaba aquí, como descubriréis en la tercera entrega de esta serie de artículos sobre la Isla del Roble.
En Xataka Ciencia | Todas las entregas de El tesoro profundo, muy profundo de la Isla del Roble
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