Jason Braithwaite era un psicólogo cognitivo de la Universidad de Birmingham que se fue interesando cada vez por las experiencias sobrenaturales que referían quienes habían dormido en la Sala de los Tapices del castillo de Muncaster, en Irlanda. Ya sabéis: psicofonías de niños gritando o llorando, pasos inquietantes, el roce de una presencia invisible...
Como un Cazafantasmas, Braithwaite instaló magnetómetros capaces de registrar campos magnéticos muy débiles. Descubrió unos campos magnéticos particularmente complejos asociados a la malla de hierro de la armadura de la cama bajo los colchones. Cuando el usuario de la cama se movía, la malla de hierro producía fluctuaciones en los campos magnéticos que rodeabana el cabezal de la cama.
Según el estudio de Braithwaite, el simple hecho de moverse en esa cama de hierro producía pequeños efectos eléctricos en todo el cuerpo y, en particular, en el cerebro. De ahí a deducir que ello puede provocar alucinaciones hay un trecho, pero lo interesante del de estudio no es tanto su resultado como su enfoque: frente a un hecho sobrenatural no afirmar que es un hecho sobrenatural, sin más, sino buscar las causas naturales desconocidas que lo producen.
Un enfoque que también usó el ingeniero eléctrico Vic Tandy, al sospechar que eran los sonidos los que podían provocar determinadas alucinaciones fantasmales, tal y como explica Richard Wiseman en su libro Rarología:
Al escribir sobre sus experiencias en las páginas del Journal of the Society for Psychical Research, Vic especuló sobre que ciertos edificios pueden contener infrasonidos (quizás provocados por fuertes vientos al soplar a través de una ventaba abierta, o el ruido sordo del tráfico cercano) y que el extraño efecto de estas ondas de baja frecuencia puede hacer que algunas personas crean que el lugar está encantado.
Podéis leer su historia completa en Una corriente de aire para ver a Dios o el hombre que vio un fantasma y no se lo creyó.
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