En algunos lugares del mundo parece que se producen menos milagros que en otros. Por ejemplo, si queréis presenciar un milagro es mejor que os paséis por cualquier hospital antes que por Lourdes o el business del fenómeno de Lourdes. Y ni siquiera hace falta irse a un hospital: en tu propia casa es más probable que suceda un milagro que un lugar donde supuestamente se aparece la Virgen.
Como ya sarcásticamente Émile Zola, entre los exvotos de Lourdes hay muchas muletas, pero ninguna pierna de madera. ¿Lo cogéis?
El matemático y profesor de Lógica de la Universidad de Turín Piergiorgio Odifreddi lo expone en términos estadísticos en su incendiario libro Elogio de la impertinencia o cómo la ciencia y las matemáticas pueden enfrentarse a los prejuicios de la política y la religión:
ha llevado a la ciudadela de los Pirineos a un número impreciso, pero cercano a los trescientos millones de fieles. De éstos, al menos unos veinte millones eran enfermos de distinta gravedad, pero sólo sesenta y seis han obtenido oficialmente el milagro de la curación: un porcentaje de uno sobre trescientos mil, claramente inferior al de las remisiones espontáneas de las enfermedades crónicas, cáncer incluido, que es de cerca de uno sobre diez mil. Dicho de otra manera, ¡los enfermos se curan milagrosamente, inexplicablemente, treinta veces más si se quedan en casa que si van a Lourdes!
Es más probable que muráis en el viaje en avión hacia Lourdes que os curéis una vez allí.
Otros milagros muy sensacionalistas tienen que ver con la sangre. Como la hostia que empezó a sangrar en 1263, mientras un cura daba misa en Bolsena, como un prodigio aún hoy recordado en la fiesta del Corpus Domini.
Pero los hechos extraordinarios debería exigir pruebas extraordinarias para ser creídos; y en este caso hay explicaciones alternativas más plausibles, como la bacteria Serratia marcescens, indentificada en 1823 por Bartolomeo Brizio, que en períodos de calor y en lugares húmedos produce un pigmento rojo y gelatinoso sobre el pan, las hogazas y los dulces.
Lo mismo sucedió con el supuesto milagro de la sangre de san Jenaro, puesto en entredicho en un artículo publicado en la revista Nature.
El milagro era que la sangre de este mártir, expuesta al público, se licúa y se solidifica, cuando la sangre una vez coagulada no se licúa naturalmente. Sin embargo, algunas sustancias tienen la propiedad de licuarse cuando son agitadas y solidificarse cuando están en reposo: tixotropía.
En 1991 Luigi Garlaschelli, de la Universidad de Pavia, Franco Ramaccini, de Milán, y Sergio Della Sala , del Hospital San Paolo de Milán publicaron un artículo en la revista Nature en el cual describían la propiedad tixotrópica de una substancia que bien podría reproducir los fenómenos relatados. A fines del siglo XIX, el profesor Albini de la Universidad de Nápoles, ya había sugerido una mezcla tixotrópica cuyo color asemejaba al de la sangre de San Genaro.
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