Mirando a través de la lente de la ciencia o siendo 'listonto'

Mirando a través de la lente de la ciencia o siendo 'listonto'
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De pequeño, con diez o doce años, atisbé los primeros atisbos de la realidad a través de las lentes de la ciencia. No fui como Francis Bacon, ni siquiera salí de la caverna de Platón. Sencillamente vi por televisión debates sobre ovnis que a veces ponía mi padre.

En estos debates todos parecían dudar de la existencia de ovnis, o directamente afirmar que habían sido abducidos por alguno. En aquellos debates televisivos solían invitar casi siempre a una persona que estaba en desacuerdo con todos los presentes. Generalmente era un científico, sobre todo Manuel Toharia, un tipo calvo que hablaba de forma muy histriónica. Toharia, indefectiblemente, ponía el mismo ejemplo cuando intervenía: imaginad que viniendo en avión hasta aquí he visto una vaca volando. ¿A que nadie se lo cree? Pues bien, ahora demostradme que eso no es verdad.

De esa manera tan simple, Toharia ponía de manifiesto que la carga de la prueba estaba en el que afirmaba algo sobrenatural o extraordinario, no en el que lo negaba. Yo aún no conocía en profundidad este axioma científico, pero aquel sencillo ejemplo de Toharia, estoy seguro, empezó a modelar de otro modo mi mente. Hasta el punto de que a tan tierna edad empecé a ver atisbos del mundo a través de las lentes escépticas de la ciencia.

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El otro momento que recuerdo que me permitió ver las cosas a través del prisma científico fue la serie de divulgación para televisión Cosmos, de Carl Sagan.

Sin embargo, no me regalaron las primeras lentes científicas hasta los 17 años, aproximadamente. Cuando cayó en mis manos El mundo y sus demonios.

Sin embargo, no me regalaron las primeras lentes científicas hasta los 17 años, aproximadamente. Cuando cayó en mis manos El mundo y sus demonios, un libro escrito también por Carl Sagan que explicaba de forma muy sencilla los basamentos escépticos que sustentan la indagación científica. Todo lo que allí leí lo había pensado en alguna ocasión, pero de forma desordenada, descabalada. Sagan lo conectó todo. Y además me permitió exponerlo de un modo retóricamente bonito frente a los demás. Ya tenía mis primeras lentes enfocadas, sin dioptrías, con las que ya no hubo forma de pararme.

Mi trayectoria académica, hasta los 17 años, era esencialmente “de letras”, como suele decirse. Y, aunque en casa siempre había leído revistas como Muy Interesante, consideraba la ciencia más bien como algo anecdótico. Pero, a partir de entonces, mi cerebro hizo clic: ya no se trataba de acumular conocimientos, sino de empezar a contemplar lo que me rodeaba desde otra perspectiva. Como si llevara gafas de sol. Mejor dicho: como si me las hubiera quitado para ver más claro. Así son las lentes científicas.

Así de altivo y humilde, oximorónicamente, te hacen sentir las lentes científicas. Listo y tonto, tonto y listo.

Los restos de magia, misticismo y sofistería que aún pudieran sobrevivir en mí cabeza fueron sustituidos entonces por una mirada crítica que, aún hoy, continúo afilando con un esmeril, pacientemente, leyendo cientos de libros, tanto de ciencia como de filosofía de la ciencia. Y todo ello sazonado por la duda y la incertidumbre, el convencimiento de que en realidad soy un ignorante, que sólo dispongo de diferentes grados de certeza sobre las cosas pero nunca la verdad o la falsedad sobre algo... aunque, irónicamente, puedo aproximarme más a la verdad, si me lo propongo, que cualquier otro pensador que haya nacido antes que yo. Así de altivo y humilde, oximorónicamente, te hacen sentir las lentes científicas. Listo y tonto, tonto y listo. Listonto.

Porque la ciencia te permite saber más que cualquier ser humano que haya vivido antes, incluso más que tú mismo de un modo individual. Y, a la vez, el prisma científico, te inculca una suerte de undécimo Mandamiento: aprenderás, dudarás de todo, sobre todo de quienes dicen saber la verdad, y también dudarás de ti mismo y del resto de los 10 Mandamientos. Y si alguien dice que lo que crees es falso o es peligroso, desearás con toda tu alma que te expliquen la razón, para no desperdiciar ni un minuto más en ello.

Sé que mi lente científica aún debe ser pulida, que aún modifica la realidad como esos espejos deformantes de las ferias, como los espejos del callejón del Gato. Pero sigo en ello. Y lo hago porque, gracias a ella, percibo que todo es mucho más complicado, confuso e intrincado de lo que había imaginado antes, lo que me permite andar con más cuidado. Lo hago porque, a veces, me permite obviar el árbol y ver el bosque, y entonces, aunque sólo sea por unos segundos, siento que ando por el buen camino.

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