Soy consciente de que, con este tema, me estoy metiendo en un campo minado... así que trataré de conducirme paso a paso para que vuestra susceptibilidad no me estalle en la cara.
El feminismo es una corriente de pensamiento necesaria y coherente frente a la discriminación histórica que ha sufrido la mujer. Sin embargo, como cualquier otra postura política, en algunos aspectos puede llegar a ser socialmente comprometida pero intelectualmente perezosa.
Porque, como decía Francis Bacon: “El hombre cree más fácilmente lo que quiere que sea verdad. Rechaza, por tanto, las cosas difíciles, debido a su impaciencia por investigar.”
Pero vayamos a un caso práctico (aunque hipotético). Imaginad que se publica un estudio que verifica las diferencias de capacidad matemática ligadas al sexo mediante pruebas de neuroimagen y tests de preguntas a miles de alumnos de primer ciclo de secundaria.
El estudio es claro: las pruebas matemáticas son ampliamente superadas por los chicos frente a las chicas, y además se activan más áreas cerebrales en ellos que en ellas cuando resuelven esta clase de tests.
Llegados a este punto, caben tres actitudes por parte del pensamiento feminista (ya provenga de expertos o de profanos… aunque os aseguro que los profanos se harán oír con mucha más fuerza).
1- Aceptar la afirmación con ecuanimidad. Después de todo, el cerebro masculino es distinto al cerebro femenino, así que resulta lógico suponer que poseen capacidades diferentes. Los datos objetivos, pues, no son feministas ni machistas, ni tampoco es buena idea censurarlo por miedo a las repercusiones.
Lo acertado, en cualquier caso, es que las mujeres reciban un trato justo con arreglo a su talento individual, y no con arreglo a su sexo. Una vez establecido eso, en un mundo donde reina la equidad habría, por ejemplo, sólo un 40 % de matemáticos mujeres. Y no habría ningún problema más (también podría suceder que fueran el 30 % de los especialistas en topología y el 60 % de los algebristas: diferentes campos de las matemáticas exigen talentos diferentes).
2- Otra actitud posible sería ponerse a descubrir los fallos del estudio y proponer otros mejores. Como los chicos y las chicas reciben tipos de formación diferentes una vez han llegado a la secundaria, quizá habría que hacer el estudio con niños más jóvenes, hacer comparaciones cruzadas entre culturas, etc.
Pero esta actitud requiere de mucho esfuerzo: hay que adquirir conocimientos profundos en estadísticas y técnicas de experimentación. Así que la mayoría de gente opta por una tercera actitud, que desarrollaré en la próxima entrega de este artículo.
Vía | Más allá de las imposturas intelectuales de Alan Sokal
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