Según lo que sabemos hoy en día en ciencia, y en función de los resultados de los estudios clínicos al respecto, físicamente no hay razón que pueda explicar un posible daño de exposición a un teléfono móvil, una antena de telefonía móvil y, ni siquiera, al 5G.
Si realmente este tipo de radiación fuera nociva a través de un principio físico desconocido hasta la fecha, habría un repunte de tumores y cánceres debido a que estamos expuestos continuamente a estas radiaciones por todas partes desde hace más de un siglo. Los movimientos ecologistas y otros activistas afines, sin embargo, aluden siempre a las mismas colecciones de estudios (muy pocos y generalmente con fallos metodológicos o solo realizados en animales).
La conspiración 5G
La radiación es el fenómeno de transportar energía en el vacío o un medio material recurriendo a partículas u ondas electromagnéticas. En función de cómo la radiación interacciona con la materia que le sale al paso, podemos distinguir dos tipos: ionizante y no ionizante.
La primera puede llegar a romper los enlaces químicos del tejido vivo con el que interacciona. La segunda, por el contrario, no tiene la suficiente energía para conseguirlo.
La mayor parte de la radiación que nos rodea es no ionizante, desde las señales de radio y televisión hasta la luz visible. También lo es la radiación de los teléfonos móviles, así como las antenas de telefonía.
A pesar de ello, hay muchas asociaciones, formaciones políticas y hasta científicos que señalan lo contrario, violando los más elementales principios de la física. Incluso hay organizaciones que empiezan a sabotear antenas de telefonía 5G porque están convencidas que las redes 5G actúan como una suerte de catalizador, que amplifica y vuelve más letal, al patógeno del SARS-CoV-2.
El movimiento Stop 5G está liderado por Arthur Firstenberg, uno de los principales impulsores de la electrosensibilidad y otras pseudoenfermedades inventadas relacionadas con el electromagnetismo. Uno de sus consejos estrella es: «apaga el Wifi y el móvil mientras duermes».
Efecto nocebo
¿Entonces? ¿Por qué hay personas que parece que enfermen cuando están cerca de antenas de telefonía o parecen sufrir electrosensibilidad? Sencillo: porque una correlación no es una causa. Que algo pase justo después o en el momento que hacemos una cosa no significa que sea consecuencia de ello. Para averiguar si hay una causa y no una correlación, se realizan estudios, y los estudios no han hallado nada más allá de la correlación.
Probablemente, en muchos casos tiene lugar el llamado efecto nocebo, justo lo contrario del efecto placebo. Si el efecto placebo tiene lugar cuando el organismo de una persona ofrece una respuesta positiva a un fármaco sin ningún principio activo (una simple píldora de azúcar), como si realmente fuera un medicamento con principio activo (por ejemplo para reducir los vómitos o aliviar la migraña), el efecto nocebo haría justo lo contrario: la tendencia de las personas a sentirse mal cuando piensan que han sido expuestos a algo peligroso.
La electrosensibilidad, pues, sería una manifestación crónica del nocebo en convivencia con algún trastorno de ansiedad.
Este miedo parece brotar con mayor o menor virulencia cada vez que aparece un nuevo aparato electrónico que el ciudadano medio no comprende en profundidad. En la década de 1980, por ejemplo, ocurrió con el uso del horno microondas. Ahora, sencillamente, le ha tocado al 5G... hasta que pase de moda.
En conclusión, hay miles de elementos interactúan con nuestro organismo. Somos materia y todo lo que nos rodea interactúa con nosotros de alguna forma. Por ejemplo, la luz visible, como la que emite una bombilla. Las microondas no deja de ser luz, también, salvo que no es visible para el ojo humano.
Así que si tenemos miedo al WiFi o a las microondas, por esa misma lógica deberíamos tenerle miedo al oxígeno o a la luz de una bombilla. Pero si hemos de tenerle miedo a algo, que sea a otra fuente de luz visible mucho más peligrosa: el sol (o las cabinas de bronceado), un gran generador de mutaciones de nuestro ADN en cuanto pasamos demasiado tiempo expuestos a él para broncearnos.
Un buen ejemplo de cómo la paranoia social y las ideas erróneas o malas interpretaciones pueden conducirnos a situaciones absurdas es la Epidemia de Parabrisas Mellados de Seattle, que podéis ver en el siguiente vídeo, y que nos demuestra que el valor de una idea debe medirse con una regla. Es decir, con experimentos objetivos, con evidencias:
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