A menudo la gente suele afirmar que tiene libertad para creer en lo que quiera, incluidos fenómenos sobrenaturales, medicinas alternativas o cualquier otra cosa extraña o alejada de lo comúnmente aceptado por los científicos.
Incluso hay que afirma que tiene libertad para ser ignorante o vivir en su pequeña parcela de desconocimiento, si así lo estima oportuno (sin advertir que la ignorancia es precisamente la antítesis de la libertad: uno no escoge ser ignorante si ya es ignorante).
Pero ¿realmente importa que haya gente que crea el horóscopo, que consulte a un médium para conversar con algún muerto o que opte por remedios homeopáticos? ¿No es algo que está dentro de la esfera privada de cada individuo?
Si bien no puedo evitar sentir fastidio por los vendedores de humo o los charlatanes que engatusan a las personas crédulas, ¿acaso puedo hacer algo? ¿No es la víctima la que participa alegremente en su propio sacrificio?
Según las encuestas que Gallup recogió en EEUU en 2001, el 50 % de la población cree en la percepción extrasensorial; el 42 %, en casas encantadas; el 41 % en la posesión demoníaca; el 36 % en la telepatía; el 32 % en la clarividencia; el 28 % en la astrología; el 15 % en el espiritismo; y el 45 % en la verdad literal del relato del a creación del Génesis.
Estamos hablando, pues, de muchos millones de personas. Todos ellos, mayores de edad. ¿Para qué hemos de preocuparnos de lo que hagan todos ellos? También los escépticos tenemos nuestros propios problemas personales, nuestras carencias y defectos, etc. Que cada palo aguante su vela, como suele decirse.
Sin embargo, voy a ofreceros otras estadísticas recogidas por una serie de encuestas del PIPA/Knowledge Networks (Programa para el estudio de la opinión pública estadounidense sobre asuntos políticos internacionales), llevadas a cabo entre febrero de 2003 y marzo de 2004: entre un 21 % y un 32 % cree que el gobierno iraquí de Saddam Hussein estuvo directamente involucrado en los atentados del 11 de septiembre de 2001. Entre un 43 % y un 52 % cree que las tropas estadounidenses que están en Iraq han encontrado pruebas de que Saddam Hussein colaboraba estrechamente con al-Qaeda. Y entre un 15 % y un 34 % piensa que las tropas estadounidenses han encontrado armas iraquíes de destrucción masiva.
Aquí ya no estamos hablando de creencias privadas o insignificantes: las personas encuestadas tienen derecho al voto, pueden organizarse políticamente, puede determinar si se invade o no un país. Pueden desencadenar guerras o incluso la destrucción de la especie humana. Y todos ellos creen en supuestos, cuando menos, remotos o alimentados de conspiranoia desinformada.
¿Entonces hay creencias extrañas que debemos tolerar y creencias extrañas que debemos combatir de algún modo?
Lo que ocurre es otra cosa. Lo que ocurre es lo que refiere el físico Alan Sokal:
Y si estoy preocupado por la creencia de la gente en la clarividencia y ese tipo de cosas, es en buena parte porque sospecho que la credulidad en asuntos leves prepara la mente para la credulidad en asuntos graves; y a la inversa: que el tipo de pensamiento crítico que resulta útil para distinguir la ciencia de la pseudociencia puede servir de algo para distinguir las verdades de las mentiras en los asuntos de Estado.
Cultivar el escepticismo, pues, es un modo de enfrentarse a los hechos cotidianos de todo tipo. Preguntarnos qué importa que la gente crea en hadas es preguntarnos, también, qué importa que la gente crea que otro país se está armando para destruirnos a todos.
En la próxima entrega de este artículo abundaré en ello: ¿Qué importa que la gente crea cosas raras? (II).
Vía | Más allá de las imposturas intelectuales de Alan Sokal / El miedo a la ciencia de Robin Dunbar
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