Uno de los vicios típicos de las pseudociencias, y también de la simple ida de olla, consiste en la introducción de terminología de la ciencia de último cuño, sobre todo si es terminología difícil de entender por el público lego.
La palabra de moda actualmente es cuántico.
A poco que echéis un vistazo a la demarcación de libros místicos, pseudocientíficos y de autosuperación personal de vuestra librería, enseguida encontraréis pomposos títulos que incluyen el término. Y así, ahora, existe el viaje astral cuántico, la conciencia cuántica, el universo cuántico, la telepatía cuántica y demás. Incluso las humanidades se han apropiado del término, como sugiere este fragmento de un texto del artista textual y poeta Valerie Laws:
Decidí explorar el azar y algunos de los principios de la mecánica cuántica, mediante la poesía, valiéndome de las ovejas. (…) La mecánica cuántica es una rama de la física que a mucha gente le cuesta entender, pues parece contradecir el sentido común. El azar y la incertidumbre se hallan en el centro de la unidad del universo, lo cual resulta bastante difícil para nosotros como humanos que confiamos en el orden.
Lo que hizo este artista fue pintar con spray una palabra en el lomo de cada miembro de un rebaño de ovejas, usando un total de 17 sílabas, el mismo número empleado en un haiku tradicional japonés. Su idea era que se crearan diferentes poemas a medida que las ovejas se movían; poemas que sólo existirían efímeramente, mientras las ovejas permanecieran quietas.
Dejando a un lado el valor artístico intrínseco de esta performance (aunque soy sincero si admito que me parece una chorrada), esta clase de construcción de poemas nada tiene que ver con la cuántica. Ni por asomo. La teoría cuántica explica el funcionamiento de las partes más diminutas del universo, a nivel subatómico. Algunos pseudocientíficos, sobre todo los investigadores de lo paranormal, recurren a la cuántica o al principio de incertidumbre para sugerir que “todo es posible, todo vale y la ciencia no puede cosificar estos fenómenos.
Pero la incertidumbre de la mecánica cuántica sólo concierne a la velocidad y la posición de los electrones y a la imposibilidad de medir ambas simultáneamente, en pocas palabras. Los fenómenos que suceden a nuestro alrededor no presentan esta dificultad, ni tampoco un rebaño de ovejas pastando por un prado. Los poemas de las ovejas pueden ser aleatorios, pero el azar carece de conexión particular con los principios de la mecánica cuántica.
Así pues, la mayoría de usos de la palabreja se basan en dudosas analogías… y en un profundo desconocimiento de lo que significa realmente el término cuántico.
Por ejemplo, echemos un vistazo a La conciencia cuántica, un libro publicado hace unos años por Danah Zohar, donde se especula que la dualidad cuánta entre onda y partícula corresponde a la dualidad entre lo físico y lo mental.
El razonamiento parece ser que las partículas son algo concreto y, por tanto, más físicas, y las ondas son más vaporosas y, por ende, más mentales. Esta analogía añadida a una generosa dosis de especulación le lleva a explicar la conciencia como la fusión de ambas en los estados cuánticos del cerebro, aun cuando casi todos los físicos piensan que la clase de estado cuántico, según Zohar, explica la conciencia (el condensado de Bose-Einstein) no podría existir en algo tan cálido y húmedo como el cerebro.
En el fondo, esta clase de razonamientos son los mismos que esgrimen los creyentes en dioses o en fuerzas desconocidas: sustituir un misterio por otro todavía mayor. Pero si el misterio puede designarse con un término que procede de la ciencia más avanzada, entonces el misterio parece lucir una patina más rigurosa... aunque en el fondo nadie tenga ni repajolera idea de lo que está diciendo.
Vía | ¿Se creen que somos tontos? de Julian Baggini
Ver 21 comentarios