Hace unos días saltó a la palestra una llamativa declaración de Esperanza Aguirre, que vino a decir que los aficionados a los toros son auténticos españoles, y los que no, pues no. También son frecuentes las vindicaciones de los cazadores que pivotan en el siguiente argumento: la caza controla la población de determinadas especies, limpia el bosque, mantiene el equilibro. Como si los cazadores, escopeta en ristre, fueran una suerte de ONG, bang, bang.
A este debate también se han incorporado cuestiones espinosas, como hasta qué punto tenemos derecho de experimentar científicamente con animales, si comer carne es una opción responsable cuando la vida en las granjas semeja un campo de concentración o si todo se arreglaría creando cerdos modificados genéticamente para que no sientan dolor.
Orígenes de la empatía animal
Durante milenios, el ser humano ha vivido indiferente al posible sufrimiento de los animales. Anzuelos, arpones y redes que matan por asfixia son prácticas milenarias. Frenos, látigos, espuelas, yugos y grandes pesos han formado parte de la triste vida de los animales de carga. Costumbres como castrar, marcar a hierro, perforar y cortar colas y orejas han sido frecuentes en las granjas durante siglos. Torturar a gatos o perros ha sido una afición celebrada desde el principio de los tiempos.
Si viajamos a 1821, descubriremos cómo los diputados del parlamento británico estallaban en carcajadas ante la propuesta de una medida para prohibir el maltrato de caballos. Su argumento fue el siguiente: si empezamos prohibiendo el maltrato de caballos, acabaremos también articulando leyes para prohibir el maltrato de perros y gatos.
Veinte años más tarde, precisamente surgieron las primeras medidas de protección de gatos y perros. A lo largo del siglo XIX, de hecho una mezcla de humanismo y romanticismo propició en Gran Bretaña la creación de ligas antivivisección, movimientos vegetarianos y sociedades para la prevención de la crueldad con los animales. El origen de las especies de Charles Darwin, que insinuó en 1859 que entre animales y humanos no había tantas diferencias, o que las líneas de división eran difusas, reforzó esta tendencia.
En la década de 1920, este impulso perdió fuelle, entre otra cosas por las penurias y servidumbres de la guerra, que generó hambre de carne. El conductismo también dominaba la psicología y la filosofía, decretando que la propia idea de experiencia animal era radicalmente anticientífica.
Por lo general, los debates medioambientales se han centrado en la cuestión de la interconexión entre las dinámicas de los ecosistemas y la necesidad de preservar los hábitats de las especies, a fin de garantizar el funcionamiento correcto del conjunto. Pero no se ha invertido esfuerzo en preservar la existencia de las especies por su derecho a, sencillamente, existir, tal y como explica Jeremy Rifkin en su libro La civilización empática:
La brecha entre ecologistas y defensores de los derechos de los animales es un buen ejemplo que ilustra las diferencias existentes entre la antigua conciencia ecológica y su énfasis en la racionalidad, la utilidad y la eficiencia, y una creciente conciencia de la biosfera enraizada en la participación personal, la identificación emotiva y la extensión empática.
Pero todo cambió en la década de 1970. Por un lado, se publicó en Gran Bretaña la realidad sobre la cría intensiva en el libro Animal Machines, de Ruth Harrison. Brigid Brophy acuñó la expresión “derechos de los animales”. Walt Disney insufló una aureola antropomórfica a los animales, como Bambi, haciendo sentir empatía a millones de espectadores; proyectando al gran público lo que en 1946 ya había conseguido la adaptación cinematográfica de novela El despertar, ganadora de un Premio Pulitzer, que narraba la amistad entre un joven tosco y un cervatillo huérfano.
Con todo, el punto de inflexión llegó en 1975 con la publicación del libro de Peter Singer Liberación animal. El razonamiento de Singer es que, por conciencia, no por inteligencia o pertenencia a la especie, los animales son dignos de consideración animal. La consecuencia de ello es que todos deberíamos ser vegetarianos, según Singer. Tal y como abunda Steven Pinker en su libro Los ángeles que llevamos dentro:
Al margen de si hablamos de liberación animal, derechos de los animales, bienestar animal o movimiento por los animales, durante las décadas transcurridas desde 1975, en la cultura occidental ha surgido una creciente intolerancia hacia la violencia para con los animales.
Dichos animales no eran meros insectos o amebas, sino criaturas con sistemas nerviosos complejos, algunos capaces de reconocerse en el reflejo especular de un espejo, otros con una suerte de protoempatía.
En la próxima entrega de este artículo exploraremos cómo los animales han cambiado a ojos de la humanidad en nuestra época.
Fotos | Michelangelo-36 | Muhammad Mahdi Karim
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