A menudo vemos presiones de todo el espectro ideológico para que determinadas charlas no se organicen en una facultad, ya sea por las ideas que se proponen como por el crédito intelectual o moral del invitado.
La censura es una mala idea a la hora de combatir estas ideas: la universidad es un lugar donde deben competir las ideas, una arena donde éstas combaten, un enclave en el que recibir inputs que raramente recibiremos a fin de incorporarlos a nuestra reflexión, ya sea para metabolizarlos o rechazarlos. Irónicamente, es ahora la izquierda la que mayormente está evitando esta clase de escenario.
Escraches ideológicos
La censura universitaria es importante porque de ella depende de cómo formamos académicamente a los alumnos, no solo en lo tocante a los contenidos que se imparten, sino la uniformidad de las ideas alrededor de ellos. En temas espinosos no hay una única corriente de pensamiento, y es conveniente que los estudiantes sean conscientes de ellos (al menos antes de que se introduzca en esa cámara de ecos ideológica que son las redes sociales). La derecha, en ese sentido, ha hecho mucho por adoctrinar: intentos de que se enseñe el creacionismo o el diseño inteligente al mismo nivel que la teoría de la evolución (afortunadamente gracias a ello nació la religión pastafari) o múltiples organizaciones religiosas que se oponen a las charlas relacionadas con el aborto o los métodos anticonceptivos. La izquierda, sin embargo, no le va a la zaga, y ahora está tomando la delantera.
En la Universidad de Barcelona, Cayetana Álvarez de Toledo fue boicoteada. Una conferencia del profesor Pablo de Lora fue boicoteada en la Universidad Pompeu Fabra. La Universidad de Yale ha hecho cambios en la asignatura de Historia del Arte porque escuchan a sus alumnos, que consideran que hay poca representación de otras sensibilidades identitarias. Ha habido rotestas violentas que forzaron el despido de Bret Weinstein, profesor de la Universidad de Evergreen, por cuestionar el “día sin blancos” en el que “invitaban” a todos los estudiantes “no racializados” a largarse del campus. Y otros tantos ejemplos de los que ya hemos hablado.
Los ejemplos se multiplican. Porque lo normal es que piense que esa diferencia de opiniones sólo puede deberse a la maldad, la ignorancia o la estupidez, lo que deriva en extrema intolerancia. Algo que, curiosamente, a pesar de que las izquierdas deberían ser más abiertas al cambio, se da con mayor frecuencia en este lado del espectro político.
Haidt y Lukianoff, dos autores progresistas, se preguntan a menudo a lo largo del libro La transformación de la mente moderna por qué son precisamente sus correligionarios los más contrarios a confrontar ideas con el adversario. Como la idea de que la mera presencia del orador invitado a la universidad puede ser "peligrosa" para los alumnos, ahora está mucho más extendida la práctica de que se intenten retirar las invitaciones.
La organización FIRE lleva un registro de los intentos de retirada de invitaciones que empieza en el año 2000. Desde el año 2000 hasta el 2009, estos intentos de retirada de oradores solían surgir tanto de la izquierda como de la derecha. Pero a partir de 2009, y sobre todo a partir de 2013, la tendencia se ha inclinado hacia la izquierda:
Algo ha empezado a cambiar en muchos campus en torno a 2013, y la idea de que los estudiantes universitarios no debían exponerse a ideas "ofensivas" es ahora la postura mayoritaria. En 2017, el 58 por ciento de los alumnos universitarios dijo que es "importante formar parte de una comunidad del campus donde no me exponga a ideas intolerantes y ofensivas".
En el sguiente gráfico puede verse los intentos de retirada de invitaciones cada año desde 2000. La línea continua muestra los intentos iniciados por personas y grupos de la izquierda política; la línea discontinua muestra los intentos de la derecha:
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