Cuando tratas de explicar a un lego en neurobiología por qué se enamora desde el punto de vista de aflujos químicos y demás, enseguida puede salirte con esa serie de tópicos que casi todos llevamos por bagaje: eso es muy frío, hay algo más, estás biologizando al ser humano…
Pero de un tiempo a esta parte, la crítica por antonomasia es que estás siendo reduccionista, como si con ese adjetivo te estuvieran llamando corto de miras, tramposo o ilógico.
Nada más lejos de la verdad.
Lo cierto es que la palabra “reduccionismo” ni siquiera tiene un significado claro. Por ejemplo, podemos decir que una disciplina científica se reduce a otra. La química se reduce a la física, la biología se reduce a la química, las ciencias sociales se reducen a la biología, etcétera. Y también es posible, poco a poco, unificar la química, la biología, la física e incluso las ciencias sociales.
Porque la sociedad está formada por seres humanos. Los seres humanos son mamíferos que se rigen por principios biológicos que se extienden a todos los mamíferos. Los mamíferos, a su vez, están formados por moléculas que obedecen a las leyes de la química y ésta, a su vez, a las reglas de la física subyacente.
Este tipo de reduccionismo es lógico y deseable. No así el que parece imputar el que tilda al científico de reduccionista: como dice Daniel Dennett en La peligrosa idea de Darwin:
Según esta lectura descabellada, un sueño reduccionista podría ser escribir “una comparación entre Keats y Shelley desde el punto de vista molecular” o “el papel de los átomos de oxígeno en la economía de los suministros”, o bien una “explicación de las decisiones de la corte de Rehnquist según las fluctuaciones de la entropía”. Probablemente nadie es un reduccionista en este sentido disparatado y todo el mundo lo es en su versión prudente, de modo que la “acusación” de reduccionismo es demasiado vaga para merecer una respuesta.
Esta clase de reduccionismo prudente y ensamblador de disciplinas ha sido defendido por otros científicos, como Douglas Hofstadter en Gödel, Escher, Bach, donde compuso un “Preludio… fuga de la hormiga” que es un himno analítico a las virtudes del reduccionismo en su lugar apropiado. El físico Steven Weinberg, en El sueño de una teoría final, escribió un capítulo titulado “Dos brindis por el reduccionismo” en el que distingue el reduccionismo no comprometido (algo negativo) y el reduccionismo comprometido (algo que apoya).
Para ello, para ir reduciendo, hay que ser cautos: no hay que subestimar las complejidades, no hay que saltarse capas completas o niveles de la teoría en una apresurada carrera por anclar todas las cosas en sus fundamentos. Pero ser cautos no significa detenerse ni tampoco significa que ser reduccionista sea algo negativo.
Porque, tal y como dice Richard Dawkins en The Extended Phenotype: “Reduccionismo es una palabra indecente y una especie de farisaico “más papista que el Papa” que se ha puesto de moda.”
Más información | Reseña de La peligrosa idea de Darwin en Tecnoliberacion
Ver 25 comentarios