Un premio, a priori, puede resultar un gran incentivo para obtener cualquier cosa, incluyendo un avance en algún tipo de investigación científica.
Hay premios, además, glamorosos, como los concedidos por la organización sin ánimo de lucro Fundación X Prize. El Premio Archon de genómica se concederá al equipo que consiga secuenciar cien genomas humanos en diez días con un coste de 10.000 dólares por genoma. Se concederá otro premio al fabricante de un coche popular de serie con un consumo de 2 litros por cada 100 km.
También hay un Premio M a la creación de un ratón longevo, con la esperanza de que sirva también para alargar la vida humana. El Clay Mathematics Institute convoca premios dotados con millones de dólares a la solución de siete problemas matemáticos del “Milenio”. El primero de ellos se concedió al ruso Gregory Perelman, que lo rechazó.
La fundación Bill y Melinda Gates han creado un premio de 1.500 millones de dólares, llamado “Compromiso Anticipado de Mercado”, para recompensar a inventores y fabricantes de una nueva vacuna más efectiva contra enfermedades neumocócidas como la neumonía, la meningitis y la bronquitis. La razón del premio es que las farmacéuticas no abordan grandes investigaciones sobre el tema porque no pueden esperar muchas ganancias de un producto que beneficie sobre todo a los más pobres.
Tal y como refiere Tim Harford en su libro Adáptate:
Como únicamente las cinco mayores empresas farmacéuticas del mundo gastan más de 5000 millones de dólares al año en I+D, un premio de 1500 millones de dólares debería ser tomado en serio aunque no fuera más que por puro interés comercial. Y ha funcionado: a finales de 2010 los niños de Nicaragua recibieron las primeras vacunas contra enfermedades neumocócicas financiadas con el premio.
Lo positivo de estos premios es que no cuestan nada hasta que se obtiene el objetivo fijado. Esto permite la siguiente combinación: un campo completamente abierto, donde se toleran los fracasos y pueden triunfar las ideas más audaces y arriesgadas, al tiempo que las enormes cantidades de dinero solo se gastan cuando se resuelve el problema.
En teoría, los premios podrían sustituir al sistema de patentes: las administraciones públicas podrían descartar la protección de las patentes ofreciendo premios a determinados inventos. Pero al explicar esta idea, se ven sus limitaciones. ¿Cómo va a saber la administración todo lo necesario sobre los costes, los beneficios e incluso la mera posibilidad de una determinada innovación a la hora de fijar las normas y la cuantía del premio? Sabemos que necesitamos una vacuna para el VIH, pero nadie sabía que necesitábamos Internet hasta que lo tuvimos. No podíamos haber creado un premio para inventar Internet.
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