El ser humano es medio ciego, medio sordo y medio tonto porque… bien, porque, con esas condiciones, tuvo suficiente para sobrevivir. Sobrevivir, reproducirse y permitir que los hijos hereden esas características tan limitadas aunque suficientes para seguir adelante.
De algún modo es como si el proceso evolutivo dijera: bueno, a pie tardaremos una semana en llegar a aquella montaña, pero tampoco hay prisa. Lo importante es que vayas andando, comiendo algo por el camino y, sobre todo, reproduciéndote con los miembros del sexo contrario que te encuentres a fin de que tus hijos, cuando tú mueras, puedan seguir el camino. De hecho, ni siquiera es relevante que llegues a algún sitio. ¿Para qué voy a dotarte de alas?
Por esa razón la ciencia diseñó las alas artificiales y, con un aeroplano, llegó a la cima de aquella montaña. Ya no dependía de las reglas de la naturaleza. La ciencia nos hizo volar, literal y metafóricamente.
La selección natural, definida como la supervivencia diferencial y la reproducción de formas genéticas diferentes, prepara los organismos sólo para necesidades. La capacidad biológica evoluciona hasta que maximiza la eficacia de los organismos para los nichos que ocupan, y ni un ápice más. Cada especie, cada tipo de mariposa, murciélago, pez, y primate, incluido el Homo sapiens, ocupa un nicho concreto. De ahí se sigue que cada especie vive en su propio mundo sensorial.
Imagino que os estaréis preguntando: ¿cómo es posible entonces que la ciencia se haya desarrollado? ¿Qué es lo que provocó la revolución científica si somos ahora tal y como éramos hace miles de años y la ciencia apenas tiene unas décadas de vida?
Hubo 3 precondiciones que, por azar, nos condujeron a la revolución científica.
La primera fue la curiosidad ilimitada y el impulso creador de las mejores mentes (cualidades evolutivamente importantes).
La segunda fue el poder innato de abstraer las cualidades esenciales del universo. Esta capacidad la poseían nuestros antepasados neolíticos.
La tercera fue lo que el físico Eugene Wigner llamó una vez la efectividad irracional de las matemáticas en las ciencias naturales. Es decir:
La correspondencia de la teoría matemática y de los datos experimentales, en particular en física, es extrañamente elevada. Es tan elevada que obliga a creer que las matemáticas son, en algún sentido profundo, el lenguaje natural de la ciencia. (…) Las leyes de la física son en realidad tan exactas que trascienden las diferencias culturales.
Dicho de otro modo: si algún día nos visitaran seres extraterrestres inteligentes, no sabemos si les gustarán las obras de Shakespeare o la música de Mozart (probablemente les parecerá una cacofonía como a nosotros su arte alien). Lo que sí sabemos con seguridad es que, si esos extraterrestres tienen por ejemplo energía nuclear y naves espaciales, habrán descubierto exactamente las mismas leyes que nosotros.
La física de cualquier ser inteligente de cualquier planeta del universo podría traducirse isomórficamente, punto por punto, de conjunto a punto, y de punto a conjunto, en una notación humana. Eso nos haría universales.
Pero yo, a veces, ni siquiera entiendo lo que me dice en el ascensor el vecino del quinto segunda. Y os aseguro que no es alienígena. Creo.
Vía | Consilience
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