Así como el heliocentrismo o el darwinismo exigieron que muchas religiones tuvieran que readaptarse a un nuevo estado de las cosas, también las pruebas fósiles y geológicas que contradicen las afirmaciones de algunos libros sagrados resultan indigestas para quienes creen a pie juntillas y sin capacidad de autocorrección todo lo que allí se vierte.
Por esa razón, frente a estos nuevos descubrimientos se han esgrimido las trampas lógicas más elementales. Desde el diablo os está confundiendo a propósito hasta que la fe es tal precisamente cuando se mantiene frente a hechos que la invalidan.
En esta misma línea se manifestó un biólogo llamado Philip Gosse cuando se dio cuenta de que a cronología del mundo que ofrecen las pruebas fósiles y geológicas poco o nada tiene que ver con la cronología bíblica.
Así que en 1857, este célebre biólogo y miembro de la Sociedad Real que, a la vez, también era cristiano fundamentalista, escribió un libro que trataba de conciliar ambos datos. Por la fuerza bruta. Fue Omphalos (término griego que significa “ombligo”). Si no me creéis, leed lo que escribió:
que Dios escondió los fósiles en las rocas con el fin de tentar a los geólogos para que fueran infieles.
Un argumento que fue proferido en 1857, sí, pero que hoy en día no dista mucho del proferido por muchos otros, tipo: “la fe es creer lo imposible” o “tal descubrimiento es una trampa del Diablo”.
Pero el argumento de Gosse, para ser alguien que pertenecía a la Royal Society, era bastante risible incluso para la época, como bien escribió un amigo de Gosse padre, Charles Kingsley, sacerdote y autor de The WaterBabies:
No puedo… creer que Dios haya escrito en las rocas una mentira enorme y superflua para toda la humanidad.
Dos años después, Charles Darwin publicaba El origen de las especies. Actualmente, todavía hay quienes consideran el darwinismo una teoría que está al mismo nivel que el creacionismo.
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