Los revisores del tren, hacia finales del siglo XIX, fueron los inspiradores de la informática. Concretamente, la forma en que los revisores estadounidenses perforaban los agujeros en varias partes del billete de los pasajeros para indiciar los rasgos de cada pasajero (género, altura aproximada, edad, color del pelo...).
Al menos fueron una inspiración para Herman Hollerith, un empleado de la Oficina del Censo estadounidense, que estaba horrorizado al comprobar que se necesitaron casi ocho años para tabular a mano el censo de 1880. Así que, fijándose en los revisores, decidió automatizar el recuento de 1890.
Las tarjetas perforadas de Hollerith
El censo de 1890 fue completado en un año en vez de ocho gracias al hallazgo de Hollerith, sus tarjetas perforadas, el primer gran ejemplo de uso de circuitos eléctricos para procesar información. Tal y como lo explica Walter Isaacson en su libro Los innovadores:
Hollerith diseñó tarjetas perforadas con doce filas y veinticuatro columnas que registraban los rasgos relevantes de cada persona en el censo. Luego se hacían deslizar las tarjetas entre una retícula de vasos de mercurio y un conjunto de agujas impulsadas por un resorte, de modo que se creara un circuito eléctrico allí donde hubiera un agujero. La máquina podía tabular no solo los totales brutos, sino también combinaciones de diversos rasgos, como el número de varones casados o de mujeres de origen extranjero.
IBM
En 1924, la empresa que había fundado Hollerith para revolucionar el censo se convertiría en la International Business Machines. Que quizá os suene más por sus siglas: IBM.
En realidad, llamar ordenador a la máquina de Hollerith le quedaba un poco grande: era una máquina digital, en el sentido de que calculaban usando dígitos (números enteros discretos y definidos como 0,1,2,3...), pero como matiza Isaacson, los enteros se sumaban y restaban a través de engranajes y ruedas dentadas que movían un dígito a la vez, como los contadores:
Aunque las máquinas que producía IBM a comienzos del siglo XX eran capaces de compilar datos, no eran propiamente lo que nosotros llamaríamos hoy ordenadores. Ni siquiera eran calculadoras especialmente hábiles, sino más bien renqueantes.
Así pues, la inspiración de Hollerith solo fue un paso más en la larga cadena de acontecimientos que precipitaron el desarrollo de la informática moderna, que en sus inicios tuvo otra inspiración: la de Charles Babbage al contemplar los telares de Jacquard, que más tarde usaría para incorporar a su célebre máquina analítica.
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