Recientemente tuve la ocasión de callejear unos días por Londres, especialmente por las diferentes líneas de metro que recorren el subsuelo de la ciudad como una maraña inextricable. A pesar de que vivo en una ciudad grande y cosmopolita como Barcelona, una de las cosas que más me sorprendieron de la ciudad es que los peatones, por lo general, andaban a gran velocidad. A todas horas. En todas las franjas de edad. Incluso superando la velocidad que yo desarrollaba cuando andaba con cierta prisa.
Podéis leer con más profusión de detalles mi experiencia en Cinco cosas que no soporto de Londres (II): la extrema velocidad de la gente.
Esta característica de los londinenses adquiría tintes macabros cuando recorrían los pasillos del metro, sobre todo las escaleras mecánicas. Allí la gente seguía corriendo, adelantando, saltando, driblando, hasta el punto de que los accidentes en las escaleras del metro de Londres habían propiciado una campaña de concienciación para que los usuarios dejaran de correr.
Pero ¿hasta qué punto todo esto son percepciones idiosincrásicas de un viajero o un turista? ¿Londres es una excepción? ¿Ahora andamos más deprisa que antes?
Acelerando el ritmo de las piernas y de la lengua
Según un análisis llevado a cabo en 2007 a los peatones de 34 ciudades del mundo, el peatón promedio anda casi a 4,5 kilómetros por hora. Es una velocidad considerable. Sobre todo si tenemos en cuenta que sólo hace diez años, lo hacía a una velocidad un 10 % menor.
De hecho, en ciudades como Dinamarca, las personas incluso hablan un 20 % más rápidamente que hace diez años.
Estos datos contrastan, sin embargo, con los recogidos por Bill Bryson en su libro sobre Estados Unidos Historias de un gran país, en el que refiere que el estadounidense medio coge el coche incluso para ir a comprar el pan a la vuelta de la esquina.
Bryson cuenta que esta holgazanería no es nada extraña en Estados Unidos, pues un investigador de la Universidad de Berkeley concluyó que el 85 % de los estadounidenses son esencialmente sedentarios y que el 35 % lo son totalmente. El americano medio camina menos de 120 kilómetros al año: poco más de 2 kilómetros por semana, apenas 350 metros al día.
Caminar rápido es una excelente forma de quemar calorías, aunque es preferible correr: ss la conclusión a la que han llegado investigadores del Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley de California tras un estudio realizado durante 6 años con 15.237 personas que caminan habitualmente y 32,216 que salen a correr varias veces por semana.
Según la investigación, la pérdida de peso y la variación en el Índice de Masa Corporal(IMC) puede llegar a ser un 90% superior por cada hora dedicada a correr en lugar de a caminar, especialmente en personas con sobrepeso y obesas, según recoge la revista especializada Medicine & Science in Sports & Exercise.
En fin, al menos será una ventaja para mi salud cardiovascular regresar a la adrenalínica Londres y ponerme a correr delante de los usuarios de metro para no ser arrollado.
Vía | DailyMail
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