Un niño de seis años posee un vocabulario promedio de 13.000 palabras. Desde que aprender a decir las primeras palabras hasta los diecisiete años, una persona tiene un tasa de aprendizaje de palabras nuevas de alrededor de una palabra cada noventa minutos: desde que tenemos un año hasta que tenemos diecisiete.
Ello representa que un hablante nativo inglés de diecisiete años tiene alrededor de 50.000 palabras almacenadas en su cerebro, que es el valor estándar para una persona mayor.
Tal y como lo explica Martin A. Nowak, profesor de Biología y Matemáticas en la Universidad de Harvard, en su libro Supercooperadores:
Asimilar este vocabulario es un trabajo colosal, parecido a la memorización de 50.000 números de teléfono con todo tipo de asociaciones. No nos damos cuenta de las maravillosas máquinas de memoria que somos. Pero la memoria no lo es todo. El aparato fonador humano puede hacer diversos sonidos. Si consideramos los seis mil lenguajes conocidos, nuestra garganta puede generar alrededor de mil sonidos lingüísticos. Los llamados fonemas, y la inventiva total de las lenguas varía desde tan pocos como once en rotokas, que se habla en Buganvilia, una isla al este de Nueva Guinea, hasta tantos como 112 en ¡Xóo, una “lengua clic” de África, sobre todo de Botsuana y Namibia.
Luego, naturalmente, hay friquis del lenguaje que adquieren un vocabulario mucho más rico, o que incluso coleccionan palabras raras o en desuso por el simple placer de conocerlas. Como perspicuo: dícese de la persona que se explica con claridad. Trastesado: endurecido. Dícese especialmente de las ubres de las hembras de los animales cuando tienen abundancia de leche. Estevado: que tiene las piernas torcidas en arco. Eviterno: que tiene principio pero no fin. O almuerza: porción de algo que cabe en manos juntas en forma cóncava (se echó varias almuerzas de agua en el rostro).
Vocabulario e Internet
Con todo, la mayoría de personas no conocen las acepciones de tales palabras, que se catalogan enseguida de rebuscadas o pedantes. De hecho, algunos sugieren que nuestro vocabulario podría estar disminuyendo a medida que nos relacionamos con más frecuencia con Internet o las redes sociales.
Como Mark Bauerlein, profesor de lengua inglesa de la Universidad de Emory, señala que los medios electrónicos son los responsables directos de esta liofilización del lenguaje, porque en ellos aparecen menos palabras raras o inusuales que en los medios impresos tradicionales, como los periódicos o los libros. Abunda también en ello, con mayor énfasis agorero (o quizá ludita), Jeremy Rifkin en su libro La civilización empática:
Por ejemplo, un periódico contiene 68,3 palabras de uso poco frecuente por cada mil palabras; los libros para adultos, 52,7 palabras por cada mil. Por el contrario, los programas televisivos para adultos más vistos únicamente contienen 22,7 palabras raras. Internet, debido al énfasis puesto en la velocidad, la navegación, la multitarea y la necesidad de establecer referencias rápidas, favorece las construcciones con palabras sencillas y una estructura de frases simples. La mensajería de texto y los nuevos vehículos de comunicación, como Twitter, simplifican todavía más la construcción del lenguaje, reduciendo significativamente el uso de palabras raras y, consecuentemente, la cantidad de palabras y términos disponibles.
Una manera casera de calcular la riqueza de nuestro vocabulario que descubrí en el libro Cómo los números pueden cambiar tu vida de Graham Tattersall consiste en abrir al azar las páginas de un diccionario en 100 ocasiones. Cada vez, debéis mirar la primera palabra que aparece en la parte superior de la primera columna de cada página y determinar si conocéis la definición. Si la respuesta es afirmativa, entonces debéis añadir una raya al recuento de palabras conocidas. Al final de este ejercicio, hay que dividir la suma de las palabras por 100 y se obtendrá así una estimación del número de palabras de ese diccionario que conocéis. Multiplicad luego la fracción resultante por el número total de palabras que contiene el diccionario y obtendréis una estimación de la extensión de vuestro vocabulario. Para que este muestro tenga suficiente validez estadística, lo adecuado sería repetir el experimento unas 100 veces.
Otra pregunta legítima es si un vocabulario rico favorece la comunicación o sencillamente es útil a la hora de componer determinada clase de literatura. No sólo porque lo ininteligible suele ser síntoma de falta de claridad de ideas o de ideas vacías envueltas en papel bonito, sino porque la gente no asocia el exceso de palabras extrañas o demasiado complicadas con la inteligencia, según una investigación llevada a cabo por Daniel Oppenheimer. El título del estudio es: “Consecuencias del habla erudita empleada sin necesidad: problemas con el uso innecesario de palabras largas". Tal y como explica Richard Wiseman en 59 segundos:
Oppenheimer examinó sistemáticamente la complejidad del vocabulario empleado en distintos pasajes (de solicitudes de trabajo, ensayos académicos y traducciones de Descartes, entre otras cosas). Después le pidió a un grupo de personas que leyera muestras y evaluase la inteligencia de la persona que supuestamente las había escrito. Cuanto más sencillo era el lenguaje, más inteligente se consideraba al autor, lo que demuestra que el uso innecesario del lenguaje complejo da una mala impresión.
Pues eso. Escible.
Fotos | Johannes Jansson
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