Basar la moral en la religión: un mal negocio

Basar la moral en la religión: un mal negocio
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Uno de los argumentos que salen a colación cuando la típica discusión sobre la existencia de Dios ha llegado a una vía muerta es el de que la religión, esté o no basada en una divinidad inexistente, al menos procura un código de conducta al ser humano.

La religión, pues, lejos de su aparatosidad metafísica, ha establecido una serie de normas a lo largo de la historia, normas sin las cuales la sociedad estaría huérfana de valores. Bien, eso es lo que sostienen los que no tienen en cuenta que el ser humano es moral por naturaleza y que la población carcelaria, porcentualmente, está compuesta por creyentes más que por ateos o agnósticos.

El cínico físico Steven Weinberg expresa de esta forma su parecer sobre los códigos morales que inculca la religión: “Con o sin religión, la gente buena hará el bien y la gente mala hará el mal, pero para que la gente buena haga el mal hace falta la religión”.

Este provocador pensamiento se puede ilustrar mejor gracias a un experimento psicológico clásico sobre el llamado efecto de sobrejustificación a cargo de David Greene, Betty Sternberg y Mark Lepper.

Se seleccionó a diversos grupos de estudiantes de cuarto y quinto grados para que jugaran a una serie de juegos matemáticos, midiéndose en todo momento cuánto tiempo invertían en jugar. En general, empleaban mucho tiempo en ellos.

Días más tarde, los psicólogos propusieron una norma a los niños: aquéllos que jugaran más tiempo tendrían más posibilidades de recibir una recompensa, un premio. Esta oferta provocó que los niños dedicarán todavía más tiempo a sus juegos.

Sin embargo, cuando los investigadores dejaron de ofrecer esta serie de recompensas a los niños, los niños perdieron casi todo el interés hacia los juegos en cuestión. “Las recompensas extrínsecas habían menoscabado el interés intrínseco”, es como lo define el matemático John Allen Paulos.

Los castigos y premios religiosos operan bajo las mismas reglas psicoemocionales. Estas recompensas por ser buenos podrían reducir drásticamente el tiempo dedicado al juego de “ser bueno” si uno reniega de la religión más adelante, aunque sea puntualmente. Por ello, basar la ética en enseñanzas religiosas entraña un peligro latente.

Las cárceles estadounidenses apenas tienen representación atea. En Japón, uno de los países con la tasa de criminalidad más baja, sólo una minoría de sus ciudadanos declara creer en Dios. Las disensiones entre las distintas religiones son una de las causas principales de los conflictos entre países.

El truco quizá estribe en entender por qué hay que respetar al otro y tratar de cumplir las normas escogidas democráticamente entre todos (en el fondo, por una cuestión egoísta, en la que todos saldremos colectivamente ganando) y no seguir a rajatabla un dogma a base imperativos indiscutibles so pena de condena al fuego eterno.

Vía | Elogio de la irreligión de John Allen Paulos

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