Los bebés no nacen como tablas en blanco, traen un repertorio de destrezas prosociales y empáticas. Algo tan básico como mirar a la cara de un interlocutor, que solo en apariencia parece una acción fácil, ya se da en bebés recién nacidos.
A una edad asombrosamente temprana, un bebé también reconoce la cara de su madre frente a otras caras desconocidas, porque la mira durante más rato, tal y como ha explicado Frederick Wirth en Prenatal Parenting: The Complete Pyschological and Spiritual Guide to Loving Your Unborn Child. También diferencia entre una cara feliz y otra triste.
Los bebés de apenas seis meses ya se vuelven expertos en los movimientos musculares que se distinguen alrededor de boca y ojos de los demás. Y, como publicó Hillary Mayell en National Geographic (2005) bajo el título de “Babies Recognize Faces Than Adults, Study Says”, incluso hay estudios que sugieren que los bebés de seis meses saben localizar los diferentes rasgos faciales de los monos, aunque para los adultos todos parezcan iguales.
La capacidad de imitación de los bebés también surge de forma muy temprana, como si los bebés fueran una suerte de espejos de otros rostros, sobre todo del rostro de su madre. Los bebés abren la boca cuando la abren sus madres. Mueven la cabeza de un lado a otro cuando la madre hace otro tanto. Incluso, muy pronto, aprenden a imitar los gestos de una mano.
Los bebés también empiezan a necesitar el tacto, de tocar a su madre tanto como sea posible, tal y como sugieren los experimentos de Harry Harlow con monos y muñecos de alambre. Esta clase de contacto físico es tan importante como el alimento; tanto para el desarrollo afectivo y físico, como para el intelectual. Tal y como explica David Brooks en El animal social:
La piel humana tiene dos tipos de receptores. Unos transmiten información a la corteza somatosensorial para la identificación y la manipulación de objetos; los otros activan las partes sociales del cerebro. Es una forma de comunicación cuerpo a cuerpo que desencadena cascadas hormonales y químicas, lo que reduce la presión sanguínea y provoca una sensación de bienestar extraordinario.
Foto | Frans de Waal, Emory University (CC)
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