Imaginaos un catálogo que pusiera en fondo común toda la información acerca de más de 4.560 conflictos, enfrentamientos mortales, guerras y demás que hayan tenido lugar entre el año 1400 y el año 2000, es decir, 600 años de conflictos armados de la historia escrita. Tal catálogo existe y está siendo elaborado por Peter Brecke, del Instituto Tecnológico de Atlanta. Brecke ha llamado a su recopilación Catálogo de conflictos.
Brecke comenzó uniendo las listas de guerras confeccionadas anteriormente por otros científicos políticos, el Correlates of War Project, y otras diversas fuentes, pero relajando los criterios para incluir en el catálogo cualquier conflicto registrado que haya tenido sólo 32 víctimas mortales en un año y que implique a cualquier unidad política que ejerciera soberanía efectiva sobre el territorio.
Todas las muertes producidas por esta larga lista de conflictos se pueden dividir, a juicio de Brecke, en muertes militares (soldados caídos en combate) y muertes totales (incluidas las muertes indirectas de civiles por hambre y enfermedades derivadas de la guerra).
Aunque el Catálogo aún no está completado, muchos de los datos que faltan se pueden suponer mediante estadística. Entonces, gracias a esta inmensa recopilación de datos, podemos descubrir, por ejemplo, que la Segunda Guerra Mundial fue la peor época para conservar la vida en Europa, junto a las Guerras de Religión a principios del siglo XVII, seguida del cuarto de siglo de la Primera Guerra Mundial y el período de las Guerras Revolucionarias y Napoleónicas francesas.
Tal y como lo explica Steven Pinker en su libro Los ángeles que llevamos dentro:
Así pues, el camino de la violencia organizada en Europa es algo parecido a esto. Hubo un punto de referencia bajo pero regular de conflictos desde 1400 a 1600, seguido de la carnicería de las Guerras de Religión, un descenso desigual hasta 1775 seguido de los líos franceses, una perceptible tregua a mediados y finales del siglo XIX, y después, tras el hemoclismo del siglo XX, los bajos niveles sin precedentes de la larga paz.
Motivos
El Catálogo de Brecke contiene un pre-Catálogo que enumera 1.148 conflictos desde el año 900 d.C. al 1400 d.C. Estas guerras, así como muchas de las siguientes, no sólo eran corrientes, sino también aceptables en la teoría. En general, a la guerra se la consideraba necesaria y honorable.
Los motivos de estas guerras eran básicamente tres: depredación (sobre todo de la tierra), ataque preventivo y disuasión creíble u honor.
Muchas guerras eran disputas vanas. No había en juego nada salvo la disposición de un jefe a rendir homenaje a otro en forma de títulos, cortesías y distribución de asientos. Las guerras podían desencadenarse a causa de afrentas simbólicas como la negativa a bajar una bandera, a saludar el estandarte, a eliminar símbolos heráldicos de un escudo de armas o a seguir los protocolos de precedencia de embajadores.
Las tensiones religiosas fueron, a su vez, importantes motivos para la guerra entre 1559 y 1648, cuando el Tratado de Westfalia puso fin a la Guerra de los Treinta Años. Hay muchos motivos coadyuvantes, pero la religión fue uno de los principales, tal y como señala el sociólogo Evan Luard en el intento más sistemático de combinar un conjunto de datos sobre la guerra con historia narrativa: War in International Society:
Era la extensión de la guerra a los civiles, quienes (en especial si adoraban al dios equivocado) eran a menudo considerados prescindibles, lo que ahora incrementaba la brutalidad de la guerra y el nivel de víctimas.
Además, las guerras religiosas tenían una característica común que las hacía especialmente largas en el tiempo (como la Guerra de los Treinta Años o la Guerra de los Ochenta años): la negociación era difícil, hasta el punto de que se consieraba herejía. La diplomacia, cuando se cree que la verdad y las motivaciones son de inspiración divina, tiene poco efecto.
Con el transcurrir de los años, se fue instaurando una suerte de orden internacional moderno y una disminución del número de unidades (estados soberanos) que podían luchar entre sí, lo que produjo menor número de guerras, tal y como señala Steven Pinker:
esta tranquilidad formaba parte de la revolución humanitaria conectada con la Era de la Razón, la Ilustración y los albores del liberalismo clásico. El apaciguamiento del fervor religioso conllevó que las guerras ya no estuviesen inflamadas de significado escatológico, de modo que los líderes podían llegar a acuerdos en vez de combatir hasta que cayese el último hombre. Los estados soberanos se convirtieron en potencias comerciales, que tendían a favorecer la transacción de suma positiva por encima de la conquista de suma cero. Los escritores populares deconstruían el honor, equiparaban la guerra con el asesinato, ridiculizaban la historia de la violencia de Europa y adoptaban los puntos de vista de los soldados y los pueblos conquistados.
Con todo, a partir de 1789, según Luard, llegan las guerras nacionalistas, que también resultaron más dañinas porque se inspiraban en enardecer sentimientos profundos de autoexpresión y de odio hacia otros nacionalistas. Nacionalismo y religión tienen basamentos en la irracionalidad, como os expliqué en Importando tierra sagrada o las conexiones entre nacionalismo y religión
El anhelo nacionalista desencadenó entonces 30 guerras de independencia en Europa, y dieron lugar a la autonomía de Bélgica, Grecia, Bulgaria, Albania y Serbia. La Primera Guerra Mundial constituyó la culminación de este anhelo nacionalista: se inició por el nacionalismo serbio contra el imperio de los Habsburgo, enardecida por las lealtades nacionalistas que enfrentaban a los pueblos germánicos con los eslavos.
La era del nacionalismo acaba en 1917, según Luard, y da paso a la era de la ideologia: cuando la democracia y el comunismo se enfrentaron ccontra el nazismo en la Segunda Guerra Mundial, y entre sí en la Guerra Fría.
En 1986, Luard abrió un guión tras el año 1917; hoy nosotros podríamos poner a continuación: 1989.
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