Más allá de acerbas cuestiones epistemológicas, un científico idealizado es quien usa una poderosa herramienta, la ciencia, para ir en busca de la verdad. O, al menos, para acercarse lo máximo ella. Sin embargo, si bien los científicos tienden a ser personas muy curiosas que aman resolver problemas y descubrir la oculta trama del universo, en muchos casos son como el resto de los seres humanos.
Incentivos y monos sin pelo
Los científicos son seres humanos. De hecho, son más seres humanos que científicos, al menos la mayor parte del tiempo. Y los seres humanos son monos sin pelo, es decir, que tienen aspiraciones similares.
Una de las aspiraciones más universales del ser humano o el mono sin pelo es el estatus, el reconocimiento, la reputación. Así pues, como el resto de las personas, los científicos tienen motivaciones que van más allá de la pura búsqueda de conocimiento. No son, aunque suene bonito, lo que idealizó románticamente Francis Bacon, uno de los primeros arquitectos del método científico moderno (tal y como escribe en el prefacio de su Instauratio magna):
Por último, me gustaría dirigir una advertencia general a todos: que consideren cuáles son los verdaderos fines del conocimiento, y que no lo busquen ni para el placer de la mente, ni para la disputa, ni para la superioridad sobre los demás, ni para el beneficio, ni para la fama, ni para el poder, ni para ninguna de estas cosas inferiores; sino para el beneficio y el uso de la vida; y que lo perfeccionen y lo gobiernen en la caridad.
Por supuesto, los científicos deben aspirar a eso. No obstante, ningún científico es así. Por consiguiente, se esfuerzan por ganar dinero, por mejorar e impresionar a sus amigos y colegas, por ser promocionados en su trabajo y, si las cosas van extraordinariamente bien, ser entrevistados en medios de comunicación de masas para obtener un mejor estatus general.
El efecto colateral de todo ello es el progreso de la ciencia. Pero ese progreso debe de ser auditado por procedimientos y regulaciones estrictas a fin de que los científicos no tomen atajos para recibir sus parabienes. No es lo mismo publicar un paper en una revista Q1 que un artículo en el periódico. Lo cual no siempre se consigue. Además, dado que se incentiva a quien más publica y más citas recibe, ello invoca la llamada ley de Goodhard.
Dicha ley, aunque puede expresarse con diversas formulaciones, sugiere que cuanto más se utilice un indicador social cuantitativo para la toma de decisiones sociales, más sujeto estará a las presiones de la corrupción y más apto será para distorsionar y corromper los procesos sociales que se pretende monitorear. Ello, naturalmente, no solo afecta a la ciencia, sino a el resto de ámbitos, como podéis ver en el siguiente vídeo: