Registramos la realidad a través de los sentidos. Sin sentidos, no hay realidad. ¿Cómo se comportaría entonces un ser vivo? ¿Su desarrollo cerebral sería diferente?
Un grupo de neurofisiólogos encabezado por Thomas Südhof lo comprobó, encontrando la manera de impedir completamente la mayor parte del aprendizaje de un animal, no sólo del mundo visual sino de todos los sentidos. Como los tres monos sabios, pero a lo bestia.
Se cree que casi todo el aprendizaje depende de comunicaciones eléctricas a través de “sinapsis” que unen neuronas. En la investigación de las bases moleculares de dicha comunicación sináptica, el equipo de Südhof descubrió un modo de silenciarla mediante ratones producto de la ingeniería genética que carecían de una proteína esencial para la neurotransmisión.
A pesar de todo, la diferencia entre los ratones normales y los ratones X-men, perdón, mutantes, no era importante (más tarde sí que era mortal, pues sin la transmisión sináptica no hay respiración). Lo que este estudio arroja es que el cerebro se forma sin casi depender de la experiencia, al menos en el desarrollo temprano.
Que ellos supieran, el cerebro realiza un trabajo bastante bueno de ensamblaje de su estructura inicial incluso cuando una mutación congénita vuelve imposible la mayoría de formas de aprendizaje. Otros dos estudios han revelado que estos resultados no dependen del modo concreto en que el grupo de Südhof amordazara la transmisión sináptica.
Sin inputs, pues, también hay una gran parte de la organización cerebral temprana.
Sin embargo, hay otros estudios que apuntan a la dirección contraria, y que por tanto rivalizan con la posición nativista: ciertas clases de experiencia sí que pueden modificar radicalmente la organización cerebral. Uno de los primeros estudios de esta clase fue el llevado a cabo en la década de 1980 por Dennis O´Leary, de la Universidad de California.
Así que no es preocupéis, el eterno debate entre naturaleza y experiencia sigue vivo.
Vía | El nacimiento de la mente de Gary Marcus
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