Nuestros recuerdos son falibles, quebradizos, arenosos, mutantes. La memoria no es un archivo, sino una biblioteca vieja que, cada vez que tomamos prestado un volumen, movemos el resto, mezclamos, modificamos. La memoria, pues, se almacena, sí, pero no lo hace en un único lugar, sino en una red neuronal interconectada.
Por ejemplo, un estudio de 2001 solicitó a un grupo de participantes que calificaran la verosimilitud de haber presenciado durante su infancia una posesión demoníaca. Más tarde, se les entregó a tales participantes una serie de artículos que describían lo frecuente que era que los niños presenciaran posesiones demoníacas, junto a entrevistas de adltos que habían sufrido posesiones demoníacas.
Estudios similares a éste, como el de la investigadora Stefanie Sharman, en la Universidad de South Wales, sugieren que el efecto de la freucneica de la información resulta crucial a la hora de formar determinados recuerdos. Es decir, que si pensamos que un acontecimiento sucede a menudo, lo interpretamos como probable y, por tanto, importante para nosotros, hasta el punto de que puede suscitar recuerdos falsos. Tal y como señala David DiSalvo en su libro Qué hace feliz a tu cerebro:
De lo anterior se derivan diversas conclusiones. La primera: no debemos ignorar la posibilidad de que seamos tan susceptibles de desarrollar creencias falsas como cualquier otra persona del mundo. El cerebro es un supremo milagro de errores y nadie, excepto los descerebrados, está a salvo. Por otra parte, reconocer que esto es verdad es también el mejor preventivo contra un posible autoengaño.
Así pues, en conclusión, los recuerdos no son tanto una forma de tener presente el pasado como una forma de construirnos y dar coherencia a nuestros actos y pensamientos, aunque todo de un modo un tanto precario y torticero, tal y como señala la coeditora de Boing Boing Xeni Jardin:
La experiencia humana del tiempo no es lineal, y tampoco lo es el tiempo mismo, de modo que no existe un archivo único y neutral de cada uno de los acontecimientos vitales registrados.
Imagen | Adriano Agulló
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