Una de las cosas que más me agotan cuando estoy discutiendo con alguien es que, frente a una de mis analogías (reconozco que las empleo con frecuencia: es mi manera de explicarme mejor), mi interlocutor la desdeñe con la frase: “No es lo mismo.”
Esto sucede con frecuencia porque la gente (yo incluido) tiene dificultades para comprender la esencia de las analogías, sobre todo en el fragor de una discusión. La gente interpreta una analogía o una comparación como un paralelismo exacto y preciso. Es decir, si esto lo comparas con aquello, ambos conceptos deben parecerse mucho, o incluso ser clones, o estás haciendo trampas.
Sin embargo, el sentido de una analogía normalmente es reflejar una única faceta del paralelismo, la faceta esencial para la discusión. La mejor forma de entender este matiz es la analogía de que creer en Dios es como creer en Santa Claus.
Es una analogía que emplea Richard Dawkins en su libro El espejismo de Dios. Aunque él no es el primero que ha comparado la creencia en Dios con la creencia en Santa Claus, el Ratoncito Pérez o el Monstruo del Espagueti Volador. Esta analogía es interpretada por los creyentes y por quienes simpatizan con los creyentes como una analogía ofensiva.
Ello sucede porque no se capta lo esencial de la analogía, probablemente por la ofuscación que provoca que te comparen con un niño que cree en fantasías infantiles. Tanto es así que incluso el intelectual y teólogo Alister McGrath, en su libro The Dawkins Delusión? (¿El espejismo de Dawkins?), una obra que critica la visión ateísta de Dawkins y su falta de diplomacia, contiene el siguiente fragmento:
Dawkins compara con frecuencia la creencia en Dios con una creencia infantil en Santa Claus o el Ratoncito Pérez, diciendo que es algo que todos deberíamos superar. Pero la analogía es imperfecta. ¿Cuánta gente conocen que empezase a creer de adulta en Santa Claus?
McGrath sencillamente pone de manifiesto que no ha comprendido el argumento esencial de Dawkins. Cunado se usa una analogía en un argumento, es importante analizar qué parte de la comparación es pertinente. Pero McGrath no hace eso: coge toda la comparación, en bloque, y así es como obtiene su razón: por supuesto que no es “idéntico” creer en Dios y creer en Santa Claus.
Entender eso es como entender que, al decir que tus ojos son como el océano en invierno, alguien matice: no es verdad, porque el contenido de sal del océano es superior al contenido de sal del ojo humano.
Tal y como explica Julian Baggini:
Asimismo, decir que la creencia en Dios es como la creencia en Santa Claus no significa que esté confinada a la primera infancia ni implica que Dios tenga un reno llamado Rudolph. La clave de la analogía está, para Dawkins, en la base probatoria de la creencia. Dios es como Santa Claus y el Ratoncito Pérez, dice Dawkins, ya que algunos creen en él, pero no hay pruebas de su existencia. Utiliza deliberadamente un ejemplo de algo que sabemos que no existe, porque quiere defender que las pruebas a favor de Dios no son más sólidas que las pruebas a favor de estas fantasías infantiles. Este argumento puede ponerse en tela de juicio: quizá pienses que hay indicios de la existencia del Dios judeocristiano. Pero el argumento no se aborda siquiera si se considera significativo un aspecto irrelevante de la analogía. Esto es lo que hace MacGrath. Dice que la analogía no funciona porque las personas empiezan a creer en Dios cuando son adultas, mientras que adoptan la creencia en Santa Claus sólo de niños.
Como conclusión, quizá es buen momento para recordar una cita de Thomas Henry Huxley:
Confíe en un testigo en todo aquello en lo que no esté fuertemente involucrado ni su propio interés, ni sus pasiones, ni sus prejuicios, ni su amor por lo maravilloso. Si lo están, exija una prueba que lo corrobore en proporción exacta a la contravención de la probabilidad por la cosa atestiguada.
Vía | ¿Se creen que somos tontos? de Julian Baggini
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