Una de las opiniones más generalizadas sobre lo que es conveniente o inconveniente, y también sobre lo que es justo o injusto, es que si es el azar, y no la voluntad, el que está detrás del hecho que analizamos, entonces raramente podrá ser inconveniente o injusto. O al menos no tanto si la voluntad está detrás.
Parece que un acto deliberado pueda ser juzgado más fácilmente como inapropiado. Un ejemplo típico: si alguien nace con predisposición genética para ser centenario nos parece mejor que si alguien modifica su genética para vivir cien años. Si alguien nace guapo es mejor que si alguien se opera para ser guapo. Si uno nace con un CI de 140 es mejor que si alguien toma un nootrópico que le permite pasar de 110 a 140.
De algún modo, consideramos que lo que viene de serie, lo que predispone la naturaleza, lo que nos toca en la tómbola genética, es lo que es, y no hay más que hablar. Pero si uno nace de una manera y quiere ser de otra, no solo contraviene la naturaleza y el azar, sino que es un acomplejado que no sabe vivir con lo que tiene.
Justicia en el proceso, aunque te fastidie
Es lo que se denomina justicia en el proceso. En muchas ocasiones no nos importa tanto el resultado para evaluar si un hecho es justo o no, sino que el proceso para llegar a ese resultado sea justo. Es decir, el repetido “el fin no justifica los medios.” En ese sentido, aunque un resultado sea desigual, como la lotería, aceptaremos el resultado como justo.
Esta manera de asimilar la justicia se observó de forma generalizada en el llamamiento a filas durante la guerra de Vietnam. Al principio, los más ricos podían usar estudios, paternidad o el desempeño de determinadas profesiones para obtener prórrogas. Sin embargo, en 1969, cuando la oposición a la guerra se hizo más dura, la mayoría de prórrogas se anularon, poniéndose en práctica un sistema de sorteo.
El proceso, como se basaba en el azar, pareció más justo a la opinión pública porque todos eran iguales ante la posibilidad de ir a la guerra y arriesgar la vida, eliminándose de la ecuación el cálculo racional basado en que quizá es mejor que alguien que se está, por ejemplo, preparando para ser médico se le permita estar en la retaguardia ya que, en definitiva, al ejercer su profesión está prestando un mejor servicio del que prestaría como soldado.
El origen del azar
Pero ¿por qué nos seduce más el azar que el cálculo racional? A juicio de Yochai Benkler en su libro El Pingüino y el Leviatán, esta idea parece remontarse a la época del a Biblia:
En el Antiguo Testamento, cuando los israelitas necesitaban culpar a alguien por provocar la ira de Dios que les había impedido conquistar una ciudad, lo hacían mediante un sorteo. Del mismo modo, en el libro de Jonás, éste es elegido como chivo expiatorio por una tormenta porque resultó perdedor en un sorteo. Uno puede pensar que esta costumbre de buscar un chivo expiatorio se consideraría espantosamente injusta en la cultura moderna. Pero en realidad no es tan difieren de las prácticas actuales como el llamamiento a filas o el sorteo para conseguir entradas para la Super Bowl entre los abonados a la temporada regular. En estos casos, todos estamos de acuerdo en que el resultado no es especialmente justo (sobre todo para los abonados a la temporada regular que no consiguen entradas para asistir a la Super Bowl), pero, dado que el proceso es aleatorio, el sistema en su conjunto se considera en cierto modo justo.
El problema es que el mundo real no está realmente dominado por el azar, no hay verdadera aleatoriedad, porque a menudo las personas nacen con ventajas tanto de partida como contextuales, que incrementan su probabilidad de alcanzar determinado fin. La imagen de la Justicia con los ojos vendados es una bonita metáfora de cómo deberían ser las cosas, pero dejarlas en manos del azar no parece que se ajuste a esa imagen y que la justicia se produzca en el proceso.
El estudio más exhaustivo sobre la justicia procesal en Estados Unidos ha sido realizado por el psicólogo Tom Tyler, que estudió las actitudes ante la ley en las comunidades pobres. Sorprendentemente, descubrió que la respuesta de los miembros de esas comunidades ante la ley y su imposición tenía más que ver con la percepción de la justicia del proceso que con los resultados. Bien mirado, las personas que se habían llevado la peor parte social y económicamente hablando, cuando percibían que la imposición de la ley era un proceso justo, seguían considerando dicha imposición como algo legítimo y su cumplimiento, necesario. Imágenes | Pixabay
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