No me gusta Ikea. En estos tiempos crepusculares, Ikea ya no es una tienda de muebles, es un estilo de vida que implica traer contigo a toda la parentela (niños gritones incluidos), comer pastel de chocolate con sorpresa y, finalmente, buscar tú mismo las cajas de los muebles desmontados como piezas de Lego en un almacén con las hechuras del que guardaba los tesoros encontrados por Indiana Jones (estoy convencido de que algún día encontraré el Arca de la Alianza).
Pero si hay que ir, se va. Lo que hago, entonces, es no pensar demasiado. Un consejo que os hago extensible a vosotros. ¿Por qué? No tiene que ver con suspender el sentido crítico para que la sangre no hierva. Nada de eso.
Veréis, el problema estriba en las posibilidades que ofrece Ikea. Son tantas que, finalmente, tomamos decisiones equivocadas. Es al menos lo que sugiere el investigador Timothy Wilson, que llevó a cabo un experimento ya clásico, más adelante reproducido por Ap Dijksterhuis, de la Universidad de Ámsterdam, con el universo Ikea. El estudio fue publicado en Perspectives on Psychological Science (2006).
Al parecer, la elección de muebles es una tarea altamente exigente desde el punto de vista cognitivo. Las conclusiones del experimento las explica así David Brooks en su libro El animal social:
Los individuos que tomaban sus decisiones en Ikea tras un examen menos consciente estaban más contentos que quienes hacían la compra tras mucho análisis. En una tienda cercana llamada De Bijenkorf, donde los productos a la venta suelen ser más sencillos, la gente más satisfecha era la que se basaba en el examen consciente. El inconsciente es un explorador natural. Mientras el pensamiento consciente tiende a avanzar paso a paso y converger en unos cuantos principios o hechos esenciales, el pensamiento inconsciente tiende a extenderse mediante un proceso de asociación, aventurándose en lo que Dijksterhuis denomina los “oscuros y polvorientos recovecos de la mente.
Foto | Shwangtianyuan(王天源)
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