Cuando vemos una película, el capítulo de una serie, una obra de teatro o cualquier otra cosa, tenemos una experiencia rápida, en la que no se involucra tanto el razonamiento. Y decimos que nos ha gustado o no de forma más directa.
Sin embargo, si empezamos a buscar las razones por las que nos gusta puede propiciar que nuestra opinión persona sobre ese espectáculo disminuya. En resumen: cuanto menos pensemos en algo, más nos gustará, como demostró un estudio de Christopher K. Hsee.
Familiaridad
La mayoría de nosotros tendemos a escuchar música que suena como la música que ya conocemos, a buscar películas con personajes, actores y tramas que reconocemos y a prestar incluso atención a ideas políticas que resultan familiares o agradables, no a las opuestas (sobre todo si esas ideas parecen muy complicadas).
Por eso una obra de arte pierde puntos si buscamos razones, indagamos en ella... porque resulta menos reconocible como un bloque monolítico: cuando vemos una obra de arte que nos recuerda a algo que nos han dicho que es famoso, sentimos la emoción del reconocimiento y atribuimos esa emoción a la obra de arte misma.
Y eso es extrapolable a muchos otros contextos, lo que provoca que la familiaridad, la fluidez y los hechos se unan mucho más entre sí de lo que somos conscientes. Como explica Derek Thompson en Creadores de Hits:
Los cónyuges ofrecen valoraciones superiores sobre sus compañeros cuando se les pide que nombren una cantidad menor de sus buenas cualidades. Cuando algo resulta difícil de pensar, la getne tiende a transferir el malestar del pensamiento al objeto pensado.