No es extraño que el ser humano tienda a defender su territorio, ya sea a través de fronteras o de defensas numantinas del terruño que ocupa. Yo mismo, de hecho, suelo sentarme en las mismas mesas de las cafeterías que frecuento. También lo hago en las sillas de la biblioteca. Y cuando alguien ocupa mis lugares preferentes, me siento como si un forastero me hubiera sustraído una parcela de mi mundo.
Esta propensión a defender nuestro territorio incluso si es público, a orinarlo como un perro, fue investigada en un estudio publicado en 1977 en el Journal of Applied Social Psychology por Barry Ruback y Daniel Juieng. El sitio público que estudiaron fue el aparcamiento de un centro comercial de Atlanta.
El estudio hacía hincapié en que los conductores que estaban a punto de marcharse del aparcamiento, dejándolo libre para otro usuario, eran más remisos a hacerlo si alguien esperaba, es decir, si eran conscientes de que un intruso iba a quedarse con su estacionamiento en cuanto lo abandonaran. Tal y como explica Pierre Barthélémy en su libro Crónicas de ciencia improbable:
Al presentarse la situación buscada, ponían en marcha el cronómetro cuando el automovilista abría la portezuela para instalarse en el coche y lo detenían cuando éste había acabado de salir del rectángulo que marcaba la plaza de aparcamiento. Resultado: treinta y dos segundos por término medio cuando no había nadie, cuarenta cuando otro esperaba…
Imagen | Manel
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