Las expectativas que los demás depositan en nosotros, así como nuestra confianza en el momento de abordar cualquier empresa, tienen un peso decisivo en la competencia que desplegaremos. Hasta el punto de que la incompetencia en matemáticas atribuida popularmente al género femenino podría basarse simplemente en que no se espera que las mujeres sean tan brillantes en matemáticas como los hombres.
Para poner en evidencia este poderoso efecto de las disposiciones mentales, la psicóloga neoyorquina Carol Dweck llevó a cabo un experimento con un grupo de diez estudiantes al que evaluó de forma individual con un mismo y sencillo puzzle.
A continuación, Dweck dividió la clase al azar, sin que tuvieran influencia las puntuaciones, y les comunicó a los estudiantes que uno de los dos grupos lo había hecho mejor que el otro “porque evidentemente tenían talento”. Al otro grupo les dijo que lo habían hecho bien “porque habían trabajado mucho”.
Después de mandar esos mensajes, Dweck preguntó a ambos grupos si querían realizar otra prueba más difícil o, por el contrario, preferían repetir la misma. El grupo de “talentos” prefirió repetirla; la mayoría de los “trabajadores” aceptaron el reto de probar con una más difícil. Tal y como explica Tim Spector en su libro Post Darwin:
Cuando se examinó a ambos grupos con un nuevo puzzle más complicado, los trabajadores vencieron a los talentosos, y sin embargo no había diferencias académicas o de CI entre ellos, sino tan sólo una disposición mental diferente. Este estudio mostró el poder perjudicial de la categorización positiva: los talentosos sintieron de repente que eran unos fracasados. Pero la categorización negativa puede ser aún peor. Se han observado que incluso rellenar unas simples casillas en el encabezado de un test indicando la raza o el sexo puede conllevar unas puntuaciones inferiores.
No somos una tabla rasa
Obviamente, que un refuerzo positivo o negativo influya en nuestras capacidades no significa que cualquier persona, lo suficientemente motivada, alcanzará siempre la excelencia. La crianza es importante en el desarrollo de nuestras capacidades, pero la naturaleza también tiene su peso en el resultado final. La célebre sentencia de la orden jesuita, fundada por san Ignacio de Loyola, “Dame al niño hasta que cumpla siete años y te mostraré al hombre”, es una exageración. Una parte de nuestra inteligencia, y otras habilidades cognitivas, es parcialmente heredable por vía genética.
Pero la confianza en uno mismo, así como la motivación, no deben desestimarse a la hora de emprender cualquier objetivo. Si bien la motivación también tiene una influencia genética, además del entorno.
La motivación es, por tanto, un factor clave, y subestimado, del éxito. El probable que resulte crucial para tener talento y que marque la diferencia entre un niño que puede sobrellevar las horas de tedioso aprendizaje y otro que se distrae y se desanima. ¿Podría ser éste, más que la fuerza, los reflejos, la vista, la destreza manual o el oído perfecto, el factor que buscamos? Hace más de treinta y cinco años se realizó un estudio prácticamente olvidado con 61 pares de gemelas en edad escolar y se halló una evidente influencia genética sobre la motivación, así que los genes que determinan este rasgo podrían ser los más importantes de todos.
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