Antes de la existencia de los teléfonos móviles, me citaba a menudo en determinado lugar y a determinada hora con un amigo para ir al cine. Sin embargo, este amigo llegaba siempre tarde a sus citas. No estoy hablando de que llegara 5 minutos tarde. Ni siquiera 10. Sus retrasos tenían algo de patológico (o de cara de cemento armado), porque era capaz de retrasarse una, dos y hasta cuatro horas. Siempre acababa llegando, eso sí; lo cual es meritorio porque hace falta valor para presentarse cuatro horas tarde aún a riesgo de que te partan la cara.
Como ya sabía que llegaba tarde, me exasperaba, pataleaba, me encomendaba a todos los santos del almanaque zaragozano, pero permanecía allí esperándole, paciente. A veces, sin embargo, me daban ganas de acercarme a una cabina telefónica, o de regresar a casa, y llamar por teléfono a su casa: muchas veces aún estaba allí, tan tranquilo. Pero lo hacía pocas veces por el riesgo de que llegara justo entonces, no me viera, y decidiera regresar a casa, o quizá ir directamente al cine sin mí (obviamente a otra sesión diferente a la acordada).
La cuestión importante aquí, una vez he escrito esta introducción catártica, es que siempre nos acabábamos encontrando, a pesar de la falta de móviles, a pesar de que no habíamos decidido dónde vernos más tarde si uno de los dos no encontraba al otro en el punto inicialmente señalado. Por aquel entonces aún no había leído nada sobre los puntos de Schelling.
Encontrándonos
En 1958, el sociólogo Thomas C. Schelling llevó a cabo un experimento con un grupo de estudiantes de Derecho de New Haven, Connecticut. El propósito era que se figuraran reuniéndose con alguien en Nueva York. Sin embargo, no se sabe dónde se producirá la cita, y no hay forma de comunicarse con esa persona de antemano. ¿Dónde irías?Nueva York es una ciudad inmensa, inabarcable. Sin embargo, en ella se producen pautas. Por ejemplo, otro investigador examinó cómo se las arreglaba la gente para avanzar de modo eficiente por aceras tan congestionadas de peatones: lo explicó con detalle en ¿Cómo es posible que la gente pueda andar por determinadas calles de Nueva York? Así pues, ¿cómo escoger un lugar para citarse con alguien si previamente ese alguien no sabe dónde se citará contigo?
La mayoría de los estudiantes del experimento seleccionaron, no obstante, el mismo lugar: la taquilla de información de la Grand Central Station. Sí, es un lugar icónico de la ciudad, aparece en innumerables películas, pero ¿no lo eran también el Empire State Building o Times Square?
A continuación, Schelling realizó otra pregunta más difícil: si no sabes a qué hora te has citado con la otra persona, ¿cuándo te presentarás en esa taquilla de información? El resultado fue incluso más llamativo: casi todos los sujetos señalaron las doce en punto. O dicho de otro modo, en palabras de James Surowiecki en su libro Cien mejor que uno:
Si soltamos a dos estudiantes de Derecho en extremos opuestos de la ciudad más grande del mundo y les decimos que se busquen, tenemos una probabilidad considerable de que acaben almorzando juntos. (…) ¿Cómo conseguían eso los estudiantes? Schelling sugiere que en muchas situaciones hay señales visibles o “puntos focales” donde convergen las expectativas de la gente (estos puntos se llaman en la actualidad “puntos de Schelling”). Como él mismo escribió, “con frecuencia las personas pueden concertar con otros sus intenciones y sus expectativas porque cada una sabe que las demás intentarán hacer lo mismo que ella.
Obviamente, los puntos de Schelling sólo funcionan entre individuos emparentados culturalmente. Si a mí me soltaran en Nueva York, probablemente nunca acabaría esperando a mi cita en las taquillas de Gran Central Station, aunque me encanten sus tiendas o su arquitectura. Sin embargo, si tengo que esperar a alguien en Barcelona, que es donde resido, probablemente escogería hacerlo en Plaza Cataluña, concretamente en la puerta del Hard Rock Café o en la entrada del FNAC. Eso sí, escogería las cuatro o cinco de la tarde. ¿Me toparía con alguno de vosotros allí?
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