El otro día reflexionaba acerca de lo obsoleto que ya resulta usar una guía de viajes, inamovible, fosilizada, anticuada desde el mismo día de su salida al mercado, cuando a nuestra disposición disponemos de información flexible, líquida y colaborativa en forma de blogs, foros, foursquare, wikis, etc.
Con los callejeros ocurre tanto de lo mismo si estamos buscando los barrios más in, más out, más peligrosos, más seguros, más limpios, más sucios, más pobres, más ricos, incluso más hipster. Si bien tales demarcaciones tienen cierta permanencia en el tiempo, pueden cambiar rápidamente en pocos días, y entonces atraparlos en un mapa como si fueran mariposas disecadas se convierte en una entelequia.
Con todo, un tipo del Londres del siglo XIX, un tal Charles Booth, quiso conseguirlo. Y así creó el Mapa de la Pobreza de Londres.
Los ricos aquí, los pobres allá
Todas las ciudades tienen zonas para gente adinerada y zonas para gente pobre. No hay nada que pueda cambiar eso. En algunas ciudades, tales demarcaciones las imponen incluso las manifestaciones de la cultura popular. Por ejemplo, en Barcelona es habitual escuchar a un pijo decir cosas como que él jamás viviría por debajo de la Diagonal (y puede que ni siquiera se atreva a pasar por ahí).
En Londres, a finales del XIX, ocurría tanto de lo mismo. Por eso a Booth no el costó demasiado colorear su callejero de la ciudad en función de la riqueza y nivel de delincuencia de sus ciudadanos. De amarillo coloreaba las zonas buenas, como Kensington o Lewisham. Es decir, clases media-alta y alta. En negro coloreaba zonas como Shoreditch o Holborn. Es decir, clase más baja.
Lo que observaba Both, simplificándolo mucho, es que había quienes se enriquecían gracias a la fabricación en serie y el comercio exterior asociados a la industrialización y quienes sobrevivía a cambio de un sueldo base por trabajar en las empresas de dichos enriquecidos. Los más ricos levantaban barreras mentales y físicas frente a los menos afortunados. Pero ¿necesariamente había una relación entre clase más baja y delincuencia?
Tras estudiar el censo de 1891 y desglosarlo en cifras sobre ingresos y viviendas, Both concluyó que la vivienda influía no sólo en la forma de vivir sino en tu comportamiento. Como su estudio tenía muchas páginas de notas, tablas y gráficos, y quería hacer llegar tales conclusiones al máximo de personas posible, lo trasladó todo a algo más gráfico: un mapa coloreado. Tal y como explica Simon Garfield en su libro En el mapa:
Booth obtuvo los planos más recientes del Servicio de Cartografía (a una escala de 25 pulgadas: 1 milla) y pidió a sus ayudantes que los colorearan. Las calles de su primer mapa de Tower Hamlets tenía seis categorías codificadas en colores, pero el mapa de Londres a gran escala tenía siete:
Negro: Clase más baja. Violentos y semicriminales. Azul oscuro: Muy pobres, descuidados. Carencias crónicas. Azul claro: Pobres. De 18 a 21 chelines a la semana para una familia normal. Púrpura: Mezclados. Algunos bien situados, otros pobres. Rosa: Bastante bien situados. Buenos ingresos habituales. Rojo: Clase media. Acomodados. Amarillo: clase media-alta y alta. Adinerados.
Los mapas se exhibieron por primera vez en el Toynbee Hall del East End. A pesar de que había algunos colores mezclados en una misma calle, lo cierto es que había algunas divisiones interesantes a nivel cromático/social.
Mostraba que las clases medias/comerciantes se agrupaban en torno a las grandes arterias de la ciudad: por ejemplo, Finchley Road, Essex Road y Kingsland Road. La pobreza extrema se encontraba en las proximidades de las cocheras del ferrocarril y los canales, así como en los callejones sin salida y pasajes; en general se creía que a los delincuentes aquellos laberintos les resultaban útiles para ocultarse y emboscar a los intrusos. (…) En Chelsea, por ejemplo, predominaban el azul y el negro, y sus casas se describían como húmedas, atestadas y ocupadas por “merodeadores” que nunca pagaban el alquiler. Westminster era azul oscuro, mala gente. Greenwich, rojo, era un poco más atractivo y estaba lleno de conserjes, sargentos de policía e inspectores de trabajo. Los informes también detectaron lo que ahora denominaríamos gentrificación y lo contrario, la formación de barrios bajos. Como Booth explicó con un lenguaje colorido: “Las clases roja y amarilla se están marchando y las calles que ocupaban se están volviendo rosa (…) mientras que las calles que antes eran rosa se están volviendo púrpura y púrpura con tendencia al azul claro.” Los informes de Booth sobre las zonas negras y azules se ocupaban menos de la pobreza y más de los grados de criminalidad. El en “Agujero de Polvo” de Woolwich, por ejemplo, negro y azul en el mapa, los policía se negaban a acudir solos cuando se producían incidentes.
La cartografía como forma de explicar que nos comportamos como lo hacemos, también, en función de dónde vivimos y con quién nos debemos relacionar diariamente. Y en consecuencia, el diseño de una ciudad debería tener en cuenta esos factores y aliviarlos en lo posible. Por ejemplo, Booth preconizaba la inclusión de más espacios verdes y la supresión de callejones sin salida, pasajes y patios. Unas ideas que hoy en día parecen confirmarse con la teoría de las ventanas rotas, basada en el libro de criminología y sociología urbana Arreglando Ventanas Rotas de George L. Kelling y Catherine Coles:
Consideren un edificio con una ventana rota. Si la ventana no se repara, los vándalos tenderán a romper unas cuantas ventanas más. Finalmente, quizás hasta irrumpan en el edificio, y si está abandonado, es posible que sea ocupado por ellos o que prendan fuegos adentro. O consideren una acera o banqueta. Se acumula algo de basura. Pronto, más basura se va acumulando. Eventualmente, la gente comienza a dejar bolsas de basura de restaurantes de comida rápida o a asaltar coches.
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