A pesar de lo que prodiguen los poetas, el amor no es para siempre. Al menos el amor químicamente puro, si se me permite la licencia. Otra cosa es que, tras caducar el amor neuroquímico, una pareja continúe unida y feliz, aunque no necesariamente bajo el manto del amor sino de muchos otros sentimientos similares. El cariño, la camaradería, la complicidad y otros.
Bueno, esto es siempre si obviamos a los mutantes. Porque hay mutantes que sí se pueden enamorar para siempre.
Los psicólogos sociales han detectado, en la mayoría de relaciones de pareja a largo plazo, una fase inicial de amor romántico y apasionado que acostumbra a durar de 9 meses a 2 años. Es una fase inicial, pues, en la que nuestro juicio está un poco distorsionado por los aflujos neuroquímicos (y quizá deberían cambiarse algunas leyes para adecuarse a ello: ya que en EEUU se estipula una espera de entre 6 y 24 meses para conceder un divorcio, quizá también debería estipularse una espera similar para conceder el matrimonio).
Pero antes os hablaba de una serie de mutantes, personas que pueden estar enamoradas siempre de la misma pareja. La mayoría de nosotros, tras ese lapso de enamoramiento inicial, según los escáneres cerebrales, ya no mostramos una activación intensa del centro dopaminérgico de la ATV (la dopamina es liberada desde neuronas situadas en el área tegumental ventral (ATV). Pero en algunas personas que siguen emparejadas y asegurando que su pasión es idéntica a la del primer día, el circuito del placer de la ATV se sigue activando con fuerza al ver el rostro del ser amado.
La razón de existan estos casos tan particulares no está clara: ¿depende de la clase de persona de la que nos enamoramos, porque quizá es una suerte de media naranja perfecta? ¿O más bien es algo que ya poseemos biológicamente determinado?
Un equipo del Albert Einstein College of Medicine encabezado por la neurobióloga Lucy Brown hizo un estudio con hombres y mujeres de esta clase, los X-Men-Lovers, podríamos llamarlos. Explica el estudio el neurólogo David J. Linden en su libro La brújula del placer:
Se obtuvieron escáneres cerebrales de los sujetos mientras contemplaban una fotografía de la cara de la persona amada. Como tarea de control, y tras una actividad de distracción para dejar que la pasión se enfriara, los sujetos miraban la fotografía de un conocido del mismo sexo y la misma edad que su amado, pero que no les despertaba ningún sentimiento en especial (…) Naturalmente, este estudio era puramente correlacional: no demostraba que las regiones que se activaban o desactivaban subyacieran a la sensación de enamoramiento. También debemos preguntarnos hasta qué punto estos resultados se deben únicamente al sentido de la vista. (…) Con todo, la pauta de los cambios cerebrales que acompañaban la visión del rostro del ser amado fue extraordinariamente coherente con los informes que habían elaborado los sujetos. (…) Y ¿qué reveló este estudio sobre el placer intenso y eufórico del enamoramiento? Pues que se corresponde con una fuerte activación del circuito dopaminérgico del placer, es decir, de la ATV y de ciertas áreas de proyección como el núcleo caudado. Como hemos visto, esta pauta de activación es similar a la respuesta a la cocaína o la heroína. Y ¿qué hay de la incapacidad de juzgar con objetividad a la persona amada? Podría deberse a la desactivación de la corteza prefrontal, uno de los centros de la capacidad de discernir, y a la desactivación de los polos temporales y de la unión parietotemporal, las regiones de la corteza que intervienen en la cognición social.
El problema es que los estudios realizados con escáner cerebral no permiten determinar si las diferencias observadas en la activación cerebral de los hombres y las mujeres se deben a influencias socioculturales, a diferencias genéticas o epigenéticas, o a ambas cosas.
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