A pesar de que son muchos los pensadores y filósofos que han considerado al hombre como un lobo para el hombre, o que han hecho gala de una individualidad y una querencia por atalayas eremíticas lejos de los demás, lo cierto es que la ciencia nos dice justo lo contrario: el ser humano saca lo mejor de sí mismo si está con otros seres humanos, y lo normal es que la soledad absoluta sea nuestra peor enemiga.
Si bien los primeros seres humanos, como sucede con nuestros primos, los grandes simios, vivían en grupos pequeños, desplegando una profunda xenofobia por los extraños, progresivamente nos hemos ido convirtiendo en ciudadanos cada vez más globales.
A medida que las comunidades, a lo largo de la historia, fueron incrementando su tamaño, las personas tuvieron que vencer su instinto natural a arremeter contra los otros. Algunos teorías apuntan a la transacción económica y al comercio en general como facilitadores de ese primer paso de conexión con extraños. Como señala Marcus Chow en su libro El universo en tu bolsillo:
Es probable que la selección natural interviniera en este terreno también. Aquellos asentamientos cuyos habitantes mejor sabían convivir en esa cercanía mutua sin grandes estallidos de violencia descontrolada eran los que presentaban los menores índices de mortalidad y, por tanto, los que crecían más rápidamente que otros. Su predominio numérico hizo que, con el tiempo, las personas se fueran volviendo más pasivas y tolerantes las unas con las otras.
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Esta tesis también es defendida por el psicólogo cognitivo Steven Pinker en su libro de casi mil páginas Los ángeles que llevamos dentro.
Esta inclinación a estar unos con otros ha ido minimizando también, pues, la violencia y la beligerancia. Hasta el punto de que actualmente a las personas les gusta estar con otras personas: mirad las grandes ciudades, las cafeterías rebosantes, los espectáculos y discotecas donde incluso la distancia interpersonal desaparece.
Y llegó la escritura
Si al dominar el fuego y la cocina es como si tuviéramos un estómago extra que nos permitió ingerir más fácilmente las cantidades de calorías que requería un cerebro cada vez más grande y complejo, la llegada de la escritura funcionó como una memoria externa y, a la sazón, una forma de colectivizar las poblaciones:
Si, por vía oral, solo era posible transmitir un volumen reducido de conocimientos, por la escrita, ese volumen crecía exponencialmente. Gracias a la escritura, la raza humana adquirió un cerebro colectivo. Para despertarlo del todo, hubo que esperar a que la alfabetización se extendiera por amplias capas de la población, lo que tardó muchos milenios en ocurrir.
Imágenes | Pixabay
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