Manipular el juicio de las personas es más fácil de lo que parece: nuestros cerebros parecen haber sido diseñados para ser crédulos y para dejarse influir por los datos inmediatos, como os demostré en el artículo ¿Cómo juzgamos a Donald? El efecto halo.
Hoy vamos a bucear en otro efecto psicológico que pone de manifiesto las debilidades de nuestro pensamiento: el efecto focalización. En pocas palabras, consistiría en manipular a las personas dirigiendo su atención hacia un dato u otro.
Este efecto puede observarse en un sencillo estudio realizado a un grupo de universitarios al que se le pidió que respondiera a dos preguntas: “¿En qué medida estás satisfecho con tu vida en general?” y “¿Cuántas citas tuviste el mes pasado?”.
A otro grupo de universitarios, sin embargo, le formularon estas mismas preguntas, pero en orden inverso.
En el grupo que oyó primero la pregunta sobre la satisfacción general apenas existió correlación entre las respuestas de los sujetos: algunos que habían tenido pocas citas declararon sentirse satisfechos; otros que habían tenido muchas citas declararon sentirse insatisfechos, y así sucesivamente. En cambio, al intercambiar el orden de las preguntas, se focalizó a los participantes exclusivamente en sus relaciones sentimentales; de pronto no entendían la satisfacción como algo independiente de su vida amorosa.
Los universitarios con muchas citas se dieron por satisfechos. Los universitarios con pocas citas se consideraron insatisfechos. Así de sencillo. Esto pone de manifiesto lo maleable que es en realidad nuestro juicio.
Incluso nuestro sentido interno del yo puede verse influido por aquello que, por una razón u otra, focalizamos en un momento dado. La conclusión es que toda creencia pasa por el filtro impredecible de la memoria contextual. O bien recordamos directamente una creencia formada con anterioridad, o bien calculamos lo que creemos basándonos en los recuerdos que nos vienen a la cabeza en ese momento.
Así pues, nuestra impresión subjetiva de que somos objetivos rara vez se corresponde con la realidad objetiva.
Vía | Kluge de Gary Marcus
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