El efecto Streisand: no hay forma más eficaz de que la gente hable de algo que prohibirlo

El efecto Streisand: no hay forma más eficaz de que la gente hable de algo que prohibirlo
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A propósito de la censura albergo sentimientos encontrados. Por un lado, la censura me parece abominable (incluso la censura de contenidos que rozan la injuria, la blasfemia o la apología al terrorismo). Sencillamente, considero que la forma más eficaz de eliminar determinadas ideas es convencer, no prohibir.

Por otro lado, la censura lleva aparejado un efecto secundario que me parece propio de la justicia poética: cuanto más se empeña un grupo de gente en evitar que las personas discutan sobre un tema, mayor será la probabilidad de que ese tema aflore. De hecho, muchos dogmas de antaño empezaron a desmoronarse precisamente por el fervor de sus apologetas por protegerlos de la crítica y la disidencia.

El morbo de lo prohibido

Porque la gente quiere leer los libros contenidos en el Índice de los Libros Prohibidos. Y si no puede, entonces discutirá sobre la conveniencia de prohibir determinados libros. A la larga, pues, el dogma se verá infiltrado de dudas y cuestionamientos.

Es lo que popularmente se denomina efecto Streisand. El primer caso de efecto Streisand probablemente lo encontremos en el año 356 a. C., cuando el joven griego Eróstrato prendió fuego al templo de Artemisa en Éfeso. Tras ser ejecutado por tal acto, las autoridades de Éfeso quisieron borrar de la historia el caso, hasta el punto de que incluso prohibieron mencionar el nombre de Eróstrato. Es evidente que las estrictas órdenes de las autoridades de Éfeso no han dado resultado, y aquí está este artículo para demostrarlo.

Pero si hemos de comprender en toda su profundidad el efecto Streisand, debemos explicar a qué debe su nombre, y cómo en la actualidad aún sería más contraproducente seguir la lógica de las autoridades de Éfeso.

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Prohibir en internet

El concepto del efecto Streisand fue acuñado por Mike Masnick, un popular bloguero de la tecnología estadounidense, para describir los furibundos intentos de Barbara Streisand de eliminar fotos de su casa de Malibú colgadas en Internet.

Al parecer, dichas fotos, tomadas por un fotógrafo profesional, documentaban la erosión de la costa, en el marco del California Coastal Records Project. Las fotos no causaron demasiado impacto… hasta que Streisand presentó una demanda de cincuenta millones de euros. Miles de blogueros, por solidaridad, colgaron las fotos.

Streisand había declarado la guerra al sentir popular y a Internet en general, y el asunto que quería ocultar se convirtió en uno de los más controvertidos del momento. Probablemente, si Streisand no hubiera hecho nada, el desliz habría pasado sin pena ni gloria. El experto en Internet Evgeny Morozov lo explica así en El desengaño de Internet:

Cuando los costes de traficar con información, ya sea económicos o para la reputación, son demasiado elevados, existen escasas oportunidades de propagarla, y es imposible que el efecto Streisand socave la circulación de información oficial. Pero cuando casi todo el mundo tiene acceso a medios baratos de autopublicación, así como de ocultar la identidad, el efecto Streisand se convierte en una amenaza real.

Naturalmente, el efecto Streisand es poderoso contra las prohibiciones, pero todavía lo es más contra la censura indirecta: no me gusta que escribas sobre esto, lo que has escrito me ofende y por tanto debes retirarlo, lo que escribes hace daño a mucha gente, soy de la asociación X y has ridiculizado la asociación X, deberías escribir de otras cosas porque pareces un obseso, y un largo etcétera que fácilmente se resuelve con un: vete a leer otras cosas que te gusten y/o las cosas no son inmorales o inadecuadas porque a ti te molesten, porque tu umbral de molestia no define la moral, sino lo fina que tienes la piel y lo difícil que es convivir contigo.

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